Medios de comunicación y geopolítica: el cuarto poder bajo control
La Prensa Cooptada
En el año 1973, el Premio Nobel de Medicina fue otorgado a Konrad Lorenz, por sus investigaciones sobre el comportamiento animal y humano. Uno de sus aportes más resonantes fue demostrar que la conducta de un ser humano está fuertemente condicionada por la información que recibe durante sus etapas más tempranas, un hallazgo que abriría un campo de estudio fundamental para comprender el comportamiento social. Pero también, quizás sin proponérselo, ofreció una herramienta conceptual a quienes entienden que el control de la información es una vía para el control de la sociedad.
A partir de la segunda mitad del siglo XX, en paralelo con la globalización financiera y el surgimiento de organismos informales de articulación de poder como el Club Bilderberg, se consolidó una tendencia: la concentración de medios de comunicación en manos de grandes conglomerados empresariales. La televisión, la radio, los diarios y luego los medios digitales fueron progresivamente absorbidos por un reducido grupo de corporaciones vinculadas a la banca internacional, el complejo militar-industrial y las grandes tecnológicas. Esta concentración ha tenido consecuencias profundas, muchas veces invisibles para el público general, sobre la salud democrática de las naciones.
El dueño detrás de la noticia
En apariencia, los medios hegemónicos compiten entre sí. Sin embargo, cuando se observan los accionistas mayoritarios de las principales cadenas de noticias en Estados Unidos, Europa o América Latina, se advierte una trama entrecruzada de fondos de inversión como BlackRock, Vanguard o State Street, cuya participación se extiende desde canales de televisión hasta periódicos, pasando por plataformas de internet. Esta red accionaria otorga una capacidad inigualable para coordinar discursos, instalar temas en la agenda pública o invisibilizar hechos que podrían resultar inconvenientes para los intereses de sus propietarios.
La narrativa global se construye desde redacciones centralizadas, muchas veces ubicadas a miles de kilómetros del lugar donde ocurre la noticia. Esta distancia física también es una distancia cultural y política: los medios transmiten visiones del mundo alineadas con los centros de poder económico, justificando invasiones militares, promoviendo reformas económicas regresivas o estigmatizando gobiernos que se alejan del consenso neoliberal. Cuando estos relatos no bastan, recurren a campañas sistemáticas de desinformación o incluso a la fabricación de noticias, en lo que se ha dado en llamar operaciones de prensa.
Periodismo como instrumento de dominación
En este contexto, el papel del periodista ha cambiado radicalmente. Lejos de ser una figura crítica o inquisitiva frente al poder, muchos comunicadores se convierten en voceros oficiosos de los intereses empresariales. Esto no sucede solo por afinidad ideológica o convicción personal: en muchos casos, existen pagos extraordinarios por fuera de los salarios convencionales, acuerdos confidenciales y contratos con cláusulas de confidencialidad que los vinculan a partidos, empresas o agencias de inteligencia. A cambio, estos periodistas promueven determinadas narrativas, desacreditan voces disidentes y moldean la opinión pública para que no cuestione las decisiones de las élites.
Esta captura del periodismo tiene efectos devastadores. Los debates se vacían, los programas de opinión se convierten en espectáculos de griteríos y las investigaciones periodísticas son reemplazadas por operaciones de inteligencia disfrazadas de primicias. El ciudadano promedio ya no puede confiar plenamente en la información que recibe, pero tampoco cuenta con herramientas para discernir entre verdad y manipulación. La consecuencia es una ciudadanía desinformada, temerosa y fácilmente manipulable.
La democracia bajo amenaza
La manipulación informativa no es un problema menor. En sistemas políticos que se definen como democráticos, el acceso libre y veraz a la información es tan esencial como el voto. Si el ciudadano vota condicionado por una narrativa falsa o parcial, el resultado de las elecciones carece de legitimidad sustancial. Así, la democracia deviene en una formalidad vacía, donde los pueblos eligen entre opciones cuidadosamente seleccionadas por los mismos grupos que controlan los medios. Las voces verdaderamente alternativas son silenciadas, ridiculizadas o criminalizadas.
Hoy, más que nunca, el control de los medios es una herramienta de geopolítica. El relato precede al bombardeo, la campaña mediática antecede al golpe de Estado y la demonización de un líder es antesala de su derrocamiento. En América Latina lo sabemos bien: muchos gobiernos que intentaron políticas soberanas en materia económica, energética o cultural fueron sistemáticamente atacados por los medios internacionales y locales, preparando el terreno para su caída.
Hacia una nueva soberanía comunicacional
Frente a este panorama, resulta urgente repensar la relación entre medios de comunicación y democracia. La soberanía no puede limitarse a las fronteras físicas o a la moneda: también debe alcanzar al universo simbólico e informativo. Es necesario construir medios públicos con verdadera independencia, fomentar redes de comunicación alternativas, cooperativas, populares, e impulsar legislaciones que impidan la concentración y aseguren la pluralidad de voces.
El acceso libre a la información, la transparencia de los vínculos entre periodistas y grupos económicos, y la alfabetización mediática de la población deben ser pilares de una nueva etapa. Solo así podremos recuperar una democracia real, donde el pueblo decida con conciencia y no con miedo, con información veraz y no con propaganda disfrazada de objetividad.
Mientras las élites sigan controlando lo que vemos, escuchamos y pensamos, la libertad será apenas un espejismo.


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