Donald Trump: ¿el gran negociador o el amenazador serial?
En el tablero global, Donald Trump se presenta como el hombre capaz de lograr acuerdos imposibles, el “gran negociador” que dobla el brazo a quien se le ponga enfrente. Pero detrás del discurso de éxito hay una estrategia marcada por amenazas, presiones y castigos que, lejos de fortalecer alianzas, empuja a países enteros a buscar caminos alternativos. Lo que para sus seguidores es defensa férrea de Estados Unidos, para otros es un estilo que erosiona la soberanía ajena y hasta la de su propio país.
Las amenazas económicas y militares de Estados Unidos contra Rusia y China han terminado por empujar a estos dos gigantes a acercarse más que nunca.
Lo que parecía impensado hace apenas una década, hoy es una realidad: Moscú y Pekín, rivales históricos, coordinan estrategias económicas, militares y diplomáticas frente a un adversario común. La pregunta es inevitable: ¿puede pasar lo mismo con India o incluso con el conjunto de los BRICS?
Trump quiere dos cosas que chocan de frente: por un lado, devaluar el dólar para ganar competitividad en el comercio internacional; por el otro, mantener al dólar como la moneda de referencia mundial. Economistas y analistas lo dicen sin rodeos: las dos metas no pueden lograrse al mismo tiempo.
Y mientras en Washington se diseñan tácticas, en varias capitales del mundo se encienden alarmas. La incautación de reservas rusas en bancos occidentales dejó un mensaje brutal: si lo hicieron con Rusia, podrían hacerlo con cualquiera.
En la cumbre de los BRICS en Brasil, Brasil e India intentaron enviar señales de prudencia: “No queremos enfrentarnos a Estados Unidos”, “queremos estar en un punto intermedio”, “no queremos tener que elegir”. Palabras diplomáticas que buscaban evitar el choque frontal. Pero no tardó en llegar la respuesta: aranceles del 50 por ciento como castigo. El mensaje de Washington es claro: quien no se alinee, paga un precio.
Trump no es un político de medias tintas. Su estilo mezcla teatro, negociación y amenaza, y lo usa tanto con enemigos declarados como con socios comerciales. Su estrategia parte de una premisa: Estados Unidos siempre debe salir ganando, aunque eso implique doblarle el brazo a aliados históricos.
El discurso de Trump se presenta como defensa de la soberanía nacional… pero ¿de quién? “America First” no significa respeto por la soberanía ajena, sino prioridad absoluta para los intereses propios.
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Trump, entre la geopolítica y la supervivencia política
En el fondo, hay tres cosas que definen cada movimiento de Trump. Primero, cómo lo ve su base MAGA, ese núcleo duro que espera de él firmeza, desafío al establishment y un lenguaje sin filtros. Segundo, la reacción de los mercados, porque su promesa siempre fue que bajo su liderazgo la economía se dispararía. Y tercero, su perfil mediático: Trump no sólo quiere estar en la conversación, quiere dominarla. El problema es que hoy, las tres columnas que sostienen su imagen muestran grietas.
Su base lo sigue apoyando, pero empieza a exigir resultados concretos y no sólo retórica. Los mercados reaccionan con volatilidad a sus anuncios y amenazas, lo que pone en duda su supuesto control de la economía. Y en lo mediático, el terreno se volvió un campo minado, en gran parte por él mismo.
Un ejemplo incómodo: los archivos Epstein. Durante años, Trump alimentó la idea de que los demócratas estaban implicados en la red de pedofilia asociada a Jeffrey Epstein y que el motivo por el que no se publicaban los documentos era que temían verse expuestos. “Si se conocieran esos nombres, caerían muchas máscaras”, llegó a insinuar. Pero ahora que parte de ese material amenaza con involucrar a figuras cercanas a él, Trump se encuentra atrapado en un incendio mediático que él mismo encendió.
La política interna de Estados Unidos no es una esfera separada de su política exterior. En el caso de Trump, ambas se retroalimentan. Cada sanción, cada arancel, cada declaración altisonante contra otro país también es un mensaje interno para su electorado: “Estoy defendiendo a Estados Unidos”. Pero cuando los problemas domésticos (procesos judiciales, filtraciones, investigaciones) crecen, la política exterior puede volverse una herramienta para desviar la atención o reforzar su narrativa de “líder asediado por las élites”.
Trump y el desprecio calculado hacia los “débiles”
Trump repite en mítines que él “resolvió la guerra entre India y Pakistán”. En Nueva Delhi, esa afirmación no provoca aplausos, sino incredulidad. No sólo no es cierta, sino que para el gobierno indio es un insulto a su propia diplomacia. Pero en el cálculo de Trump, no importa la veracidad: importa cómo suena en la televisión de su país. Es un mensaje hecho a medida para su electorado interno, no para la realidad internacional.
El presidente Narendra Modi, lejos de sentirse halagado, guarda un profundo malestar. Cree que Estados Unidos intervino en las elecciones de la India y que esa injerencia influyó para que su partido no obtuviera mayoría en ambas cámaras. En este contexto, cada gesto de Trump se interpreta como presión directa.
En su visión, países como India o Brasil son “débiles” si no se pliegan sin condiciones a su estrategia: abrir sus economías a las exportaciones estadounidenses y, al mismo tiempo, cerrar la puerta a China. Para Trump, la relación no se basa en la reciprocidad, sino en el acatamiento. Aranceles del 50 por ciento no son una táctica de negociación, son un mensaje claro de ruptura.
El patrón se repite: si percibe debilidad, amenaza con aplastar. Lo vimos en su trato televisado con Volodímir Zelenski, cargado de presión explícita como un padre que regaña a su hijo pequeño; lo vimos en su condescendencia hacia líderes africanos, como cuando le dijo a uno: “Me sorprende que hables tan bien inglés”, recibiendo la respuesta cortante: “Bueno, es nuestro idioma nacional”. Ese tono revela que para Trump, el respeto no es un punto de partida, sino una concesión que sólo otorga cuando el otro país se somete.
El tablero de la guerra y las cartas que no puede jugar
Trump asegura que puede “congelar” la guerra entre Rusia y Ucrania, es decir, detenerla sin resolverla. Pero Moscú no lo aceptará: sabe que un alto el fuego sólo serviría para que Washington y la OTAN armen a Ucrania “hasta los dientes”. Ante la negativa, Trump vuelve al recurso que conoce: la amenaza. Puede intimidar a la Unión Europea con sanciones o aranceles, pero no puede hacer lo mismo con potencias como Rusia o China, que tienen capacidad de respuesta y consideran a la soberanía política una característica fundamental de sus gobiernos.
En su relación con Brasil, Trump parece creer que presionando a Lula conseguirá la liberación de su aliado Jair Bolsonaro, algo que el presidente brasileño ni siquiera podría hacer legalmente. La lógica es simple: usar el peso económico de Estados Unidos como palanca para forzar decisiones internas en otros países.
Pero esta presión constante abre escenarios inesperados. ¿Qué pasaría si la Unión Europea, México o Canadá, hartos del maltrato, decidieran acercarse a los BRICS? No es una fantasía: la creciente desconfianza hacia Washington podría empujar a socios históricos a buscar refugio en bloques que les garanticen un trato más equilibrado. Y ahí aparece el verdadero riesgo: que Estados Unidos, viendo debilitada su posición, recurra a su carta más peligrosa, la militar.
El mundo necesita un liderazgo distinto en Washington. Un líder que entienda que ciertas acciones ya no son tolerables: golpes de Estado, incitación a guerras entre naciones, extorsiones del FMI, apoyo a políticas de exterminio como las que se ven en Gaza. La era de la impunidad geopolítica se está cerrando. Los pueblos y los Estados han empezado a ver con claridad. La máscara se ha caído. Y en ese nuevo contexto, la soberanía ya no es sólo un principio: es una necesidad de supervivencia.
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Fuentes:
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4. Contralínea. (2025). "Los 100 días de Trump y el unilateralismo agresivo de EU". Recuperado de [https://contralinea.com.mx/interno/semana/los-100-dias-de-trump-y-el-unilateralismo-agresivo-de-eu/]


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