EL GASODUCTO NORD STREAM




El cordón de gas que unió a Rusia con Europa. El nacimiento del Nord Stream 

A comienzos del siglo XXI, Europa despertaba con una incómoda conciencia: su vulnerabilidad energética era más profunda de lo que las cifras oficiales querían admitir. La producción interna de gas natural estaba en declive, los yacimientos del Mar del Norte comenzaban a mostrar signos de agotamiento, y la demanda crecía sostenida, impulsada por una transición energética aún incierta y por la necesidad de una fuente relativamente limpia en comparación con el carbón. 
La Unión Europea, dividida en intereses nacionales y sin una política energética común sólida, se veía obligada a mirar más allá de sus fronteras. Y al este, Rusia ofrecía lo que Europa necesitaba desesperadamente: gas en abundancia, infraestructura ya tendida y una voluntad estratégica de expandir su presencia como proveedor confiable. 
En ese contexto, dos hombres jugaron un papel crucial. Gerhard Schröder, canciller alemán hasta 2005, y Vladimir Putin, presidente ruso desde el año 2000, compartían algo más que una relación formal. El vínculo entre ambos se consolidó en un lenguaje común de realpolitik, pragmatismo económico y una comprensión mutua del rol que debía jugar la energía en la configuración del nuevo orden continental. 
Putin hablaba alemán con fluidez; había servido como agente del KGB en Dresde durante los años de la RDA. Schröder, por su parte, veía en Rusia un socio estratégico más que un adversario, y no temía desoír las advertencias provenientes de Washington o Bruselas cuando se trataba de asegurar el suministro energético de su país. 

Vladimir Putin with Gerhard Schroeder


El proyecto Nord Stream fue concebido como una arteria directa entre los yacimientos rusos de Siberia Occidental y el corazón industrial de Europa, sin pasar por los tradicionales corredores de tránsito de Europa del Este, especialmente Ucrania y Polonia
La idea era sencilla y ambiciosa: un gasoducto submarino que conectara directamente la ciudad rusa de Vyborg con la costa alemana en Greifswald, a través del mar Báltico
En 2005, apenas unos meses después de dejar el cargo, Schröder fue nombrado presidente del comité de accionistas de Nord Stream AG, la empresa encargada del proyecto, controlada mayoritariamente por la gigante estatal rusa Gazprom. Su nombramiento provocó críticas internas y externas, pero el proceso siguió adelante. 
El primer tramo del Nord Stream fue inaugurado en 2011. Con una capacidad de 55 mil millones de metros cúbicos anuales, representaba una obra de ingeniería sin precedentes. A lo largo de 1.224 kilómetros de tuberías sumergidas, el gas fluía bajo las aguas del Báltico, desafiando las rutas terrestres tradicionales y alterando de manera irreversible la geopolítica energética europea. 
Alemania se convirtió en el principal punto de entrada del gas ruso a Europa occidental, pero también se beneficiaban Países Bajos, Francia, Austria, República Checa y otros, a través de conexiones secundarias que expandían el flujo por todo el continente. 
La construcción del Nord Stream fue acompañada por una estrategia diplomática rusa de seducción económica. Gazprom ofrecía contratos a largo plazo con precios competitivos, participaciones en empresas conjuntas, inversiones en infraestructura y promesas de estabilidad. A cambio, Rusia pedía una sola cosa: evitar intermediarios, fortalecer el lazo directo con Berlín y afianzar su rol como proveedor energético central. 
La narrativa oficial hablaba de cooperación, prosperidad compartida y dependencia mutua. Pero en el trasfondo, la exclusión deliberada de Ucrania y Polonia del tránsito principal de gas era un movimiento quirúrgico, diseñado para presionar políticamente a estos países sin cortar el suministro a Europa occidental. 

El Nord Stream 2

El Nord Stream 2, ideado como duplicación de la capacidad del primero, volvió a encender las alarmas en los Estados Unidos, en algunos sectores de la UE y en los países bálticos y del este. 
Se argumentaba que el proyecto aumentaba la dependencia energética de Europa respecto a Rusia, otorgaba a Moscú un poder desproporcionado y socavaba la unidad transatlántica. Pero Alemania, bajo el liderazgo de Angela Merkel, defendió el gasoducto como una iniciativa puramente económica. 
La obra avanzó a pesar de las sanciones, los embargos y los conflictos, hasta quedar terminada en 2021, aunque nunca llegó a entrar en operación comercial. Lo que empezó como un proyecto energético terminó convirtiéndose en una pieza central del ajedrez geopolítico europeo. 

El gasoducto es atacado

Cuando la guerra en Ucrania estalló a gran escala en 2022, el Nord Stream fue uno de los primeros blancos, simbólicos y reales. Las explosiones submarinas que destruyeron partes del gasoducto en 2022 sellaron el destino de una infraestructura que había sido concebida como símbolo de cooperación euro-rusa, pero que terminó revelándose como uno de los ejes más controvertidos del conflicto energético y político del siglo XXI. 
Hoy, los restos del Nord Stream yacen en silencio bajo el mar Báltico, como una cicatriz profunda en el cuerpo de Europa, testimonio de una era donde la energía fue más que un recurso: fue el lenguaje oculto con el que se escribieron las verdaderas alianzas del continente. 

La promesa de un eje energético euroasiático y el golpe que lo sepultó en las aguas del Báltico 

Durante la década en que el Nord Stream 1 bombeó gas desde Rusia hacia Alemania, una red silenciosa de beneficios se extendía por buena parte del continente. Alemania fue, sin dudas, el gran favorecido. No solo por recibir directamente gas barato, abundante y de suministro confiable, sino porque desde allí se redistribuía hacia países vecinos mediante conexiones terrestres, lo que convertía a Berlín no solo en consumidor, sino en un nuevo centro de distribución energética regional. 
Austria, Países Bajos, Bélgica, Francia y República Checa fueron receptores indirectos de este gas ruso, gracias a los gasoductos internos europeos conectados al punto final en Greifswald. 
Italia, aunque no estaba directamente enlazada, también se benefició con volúmenes redistribuidos. Para muchos países de Europa Central, el gas ruso era esencial no solo para la calefacción doméstica, sino para alimentar industrias intensivas en energía: siderúrgicas, químicas, cementeras y automotrices, especialmente en la región del Ruhr. 

¿Quiénes se oponían?

Pero no todos miraban con buenos ojos esta dependencia creciente. 
Polonia fue una de las voces más duras contra el proyecto, argumentando que su existencia marginaba el tránsito por su territorio, debilitaba su rol estratégico y le restaba capacidad de negociación ante Moscú. 
Ucrania, que históricamente había sido el principal país de tránsito para el gas ruso hacia Europa, veía con temor cómo el Nord Stream la volvía prescindible y vulnerable a presiones políticas. 
Los países bálticos también se oponían, denunciando la amenaza geopolítica que implicaba atarse al suministro ruso. 
Estados Unidos, por su parte, no ocultó nunca su rechazo. Desde el mandato de Barack Obama, pero con especial énfasis bajo la administración Trump, Washington advirtió que el Nord Stream 2 era una herramienta rusa para dividir a Europa y debilitar el vínculo transatlántico. 
En 2019, el Congreso estadounidense aprobó sanciones contra empresas involucradas en la construcción del nuevo tramo, lo que demoró y encareció las obras. Las advertencias continuaron incluso durante la presidencia de Joe Biden, aunque suavizadas por el intento de preservar la relación con Berlín. 

Alemania con energía barata es una locomotora industrial

El desarrollo energético alemán, bajo este esquema, apuntaba a convertirse en una potencia industrial con energía accesible y predecible, al mismo tiempo que impulsaba su transición hacia energías renovables. El gas ruso ofrecía un “puente” para salir del carbón y de la energía nuclear, que fue completamente abandonada en 2023, sin comprometer la competitividad del sector manufacturero. Berlín, con acceso prioritario a gas barato, podía mantener bajo control sus costos industriales y exportar tecnología de punta al resto del mundo. 

Ataque al gasoducto

Pero todo cambió la noche del 26 de septiembre de 2022. Cuatro explosiones submarinas destruyeron tres de los cuatro ductos (dos de Nord Stream 1 y uno de Nord Stream 2) en aguas cercanas a la isla danesa de Bornholm. La magnitud del sabotaje fue tal que los sismógrafos lo detectaron como pequeños terremotos. En cuestión de horas, millones de metros cúbicos de gas emergieron desde el fondo del mar, creando una mancha espumosa visible desde el aire. 
El mensaje era claro: alguien había decidido enterrar, de una vez por todas, la era del gas ruso en Europa. Las investigaciones oficiales, encabezadas por Dinamarca, Suecia y Alemania, se toparon rápidamente con el silencio. 
Nadie se adjudicó la autoría. Moscú denunció que se trataba de un acto de terrorismo internacional, señalando veladamente a Estados Unidos. Desde Washington se sugirió que podría haber sido una operación rusa de falsa bandera. Medios occidentales deslizaron la posibilidad de que un grupo ucraniano, con ayuda logística extranjera, hubiera ejecutado el sabotaje. 
En febrero de 2023, el periodista Seymour Hersh publicó un reportaje en el que sostenía que buzos de la Armada estadounidense habrían colocado los explosivos durante maniobras de la OTAN en junio de 2022, con ayuda noruega. La Casa Blanca negó categóricamente la versión. 




¿Quiénes ganaron y quiénes perdieron?

A día de hoy, la autoría sigue oficialmente sin confirmación. Más allá de quién pulsó el detonador, la lista de ganadores y perdedores comenzó a definirse rápidamente. Alemania perdió no solo una fuente de energía barata, sino su estrategia entera de desarrollo industrial. En cuestión de meses, se vio forzada a reactivar centrales a carbón, subsidiar la importación de gas licuado y redirigir su política exterior hacia una mayor alineación con la OTAN y Washington. Las empresas químicas como BASF o los gigantes del acero comenzaron a evaluar relocalizar fábricas fuera de Europa. La inflación energética golpeó los hogares y debilitó el tejido social. 
Estados Unidos emergió como uno de los principales beneficiarios. Con Europa necesitando urgentemente reemplazar el gas ruso, el gas natural licuado (GNL) estadounidense encontró un mercado ávido. 
En 2023, las exportaciones estadounidenses de GNL a Europa alcanzaron cifras récord: más de 60 mil millones de metros cúbicos. Empresas como Cheniere Energy, EQT Corporation, Sempra Energy, Freeport LNG y Tellurian vieron dispararse sus ingresos. Los buques metaneros, principalmente operados desde terminales en Luisiana y Texas, comenzaron a cruzar el Atlántico en cantidades inéditas. 
Detrás de estos nombres aparecen actores que se repiten en la estructura de poder corporativo global. Los tres mayores fondos institucionales del planeta: BlackRock, Vanguard Group y State Street Global Advisors, figuran entre los principales accionistas de estas empresas energéticas. 
Por ejemplo: 
Cheniere Energy, con sede en Houston, tiene como mayores accionistas institucionales a Vanguard Group (cerca del 11%), BlackRock (alrededor del 9%) y State Street (más del 4%). 
EQT Corporation, la mayor productora de gas natural de EE.UU., también cuenta con Vanguard y BlackRock como los dos mayores accionistas institucionales, superando entre ambos el 17% de la propiedad. 
Sempra Energy, que opera terminales clave en California y Texas, presenta una estructura similar: Vanguard (10%), BlackRock (8%) y State Street (4%). 
Freeport LNG, una empresa privada pero con inversores institucionales vinculados a fondos de infraestructura, también ha recibido financiamiento indirecto de entidades asociadas a BlackRock 
Infrastructure. Tellurian Inc., más pequeña y con proyectos aún en desarrollo, tiene entre sus accionistas a firmas de inversión privadas relacionadas con grandes fondos especulativos estadounidenses. 
Estos fondos no solo poseen acciones: ejercen influencia. Tienen asientos en directorios, capacidad de veto en decisiones estratégicas y peso decisivo en el rumbo financiero y político de las compañías. 

Europa debilitada

La destrucción de Nord Stream no solo eliminó a un competidor geopolítico de Rusia, sino que abrió un mercado premium para el gas estadounidense a precios que, en circunstancias normales, no hubieran sido competitivos frente al gas ruso por gasoducto. 
Europa, por necesidad más que por convicción, comenzó a firmar contratos a largo plazo con exportadores estadounidenses. Terminales flotantes de regasificación se instalaron en Alemania, Países Bajos, Francia e Italia en tiempo récord. Las rutas del GNL se convirtieron en el nuevo sistema circulatorio de la dependencia energética. 
La voladura del Nord Stream fue el punto de quiebre de una era. La Europa que soñaba con ser puente entre Oriente y Occidente, que imaginaba un eje euroasiático de paz comercial y energía compartida, desapareció con las burbujas de gas que ascendieron desde el fondo del Báltico. En su lugar quedó un continente más dividido, más dependiente del Atlántico, y más expuesto a los vaivenes de un mercado energético dominado, una vez más, por intereses que se sientan a miles de kilómetros de distancia. 
Además, países como Noruega y Qatar también vieron una oportunidad de oro para ampliar su cuota en el mercado europeo. 
Noruega incrementó la producción de gas del Mar del Norte y firmó acuerdos de suministro a largo plazo con Alemania y otros países. 
Países Bajos, a pesar de cerrar el yacimiento de Groningen por razones sísmicas, se posicionó como un hub de regasificación. 
La voladura del Nord Stream no fue solo el fin de un gasoducto. Fue la demolición de una arquitectura energética que, durante dos décadas, había sostenido un delicado equilibrio entre intereses económicos, equilibrios geopolíticos y visiones divergentes de Europa. Lo que fue concebido como un cordón umbilical de integración euroasiática terminó convertido en un campo minado submarino de sospechas, oportunidades y fracturas. Y el continente, una vez más, se vio forzado a elegir entre dependencia y autonomía, sin la certeza de que exista ya una salida sin costos.

Aquí tienes algunas fuentes en español que pueden servir como referencias, plus sugerencias de palabras clave, y una descripción breve:

Fuentes

1. “Ucrania y Polonia critican acuerdo sobre Nord Stream 2” — DW (Deutsche Welle).

2. “El sabotaje al gasoducto Nord Stream provocó la emisión de 465.000 toneladas de metano” — "El Mundo" (y otros medios) 

3. “Fiscalía sueca halla signos de ‘sabotaje’ en las explosiones de Nord Stream” — France24

4. “Dinamarca concluye que los daños en Nord Stream 1 y 2 fueron causados por ‘potentes explosiones’” — Euronews (EFE) 

5. “Alemania debate si volver al gas ruso con Nord Stream” — DW 

6. “El sabotaje del Nord Stream causó la mayor fuga de metano registrada hasta ahora: el equivalente a ocho millones de coches en un año” — "El País"

7. “Alemania emite una orden de detención contra un ucraniano por el sabotaje del Nord Stream” — "El Español"

8. “Alemania cree que el Nord Stream ha quedado inutilizado para siempre” — RTVE 


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