Henry Kissinger: el hombre que moldeó el mundo moderno

Imagen: Commons.wikimedia


Orígenes de un personaje clave 

La vida de Henry Kissinger es indispensable para entender buena parte de los acontecimientos del siglo XX y del actual. Para algunos, fue un hábil diplomático y estratega de alto vuelo; para otros, una figura polémica que dejó una huella indeleble en los conflictos globales. Mientras sus palabras influían en las decisiones de la Casa Blanca, mantenía conversaciones secretas con líderes del comunismo chino y soviético
Esta historia retrata el recorrido de un inmigrante alemán de origen judío ortodoxo que se convirtió en el primer extranjero en ocupar el cargo de Secretario de Estado de Estados Unidos, y que, más allá de su título, supo ejercer un poder sin fronteras. 
Fue un académico destacado, un negociador paciente y un estratega con una visión de largo alcance. 
Kissinger desempeñó un papel mucho más profundo en la formación del orden mundial actual de lo que se suele reconocer. Dominaba el arte de la palabra, conocía la psicología del poder y manejaba con soltura su relación con los medios de comunicación. Fue protagonista de los vínculos entre el poder estadounidense y organismos internacionales como la ONU, el Foro Económico Mundial, el Club de Bilderberg y el Fondo Monetario Internacional
Desde los años de Nixon hasta la era de Trump y Biden, no hubo presidente que no buscara su consejo. Se reunió tanto con Mao Zedong como con Vladimir Putin, y participó en el diseño de lo que hoy se conoce como gobernanza global
Su firma aparece detrás de numerosos conflictos, desde la guerra de Vietnam hasta la invasión a Irak. Su estilo de diplomacia, conocido como realpolitik, lo llevó a mantener relaciones ambiguas: mientras enfrentaba a gobiernos comunistas en el sudeste asiático, dialogaba con los sandinistas en Nicaragua y con Fidel Castro, al mismo tiempo que criticaba al franquismo en España pero respaldaba a regímenes autoritarios en Chile y Argentina
Cercano a los Rockefeller, apoyó desde joven políticas de control poblacional y promovió ideas sobre cambio climático que luego se volverían parte de la agenda global. Conocer su historia es entender cómo se forjó el mundo actual. 

De Alemania a Estados Unidos 

Henry Kissinger nació el 27 de mayo de 1923 en Fürth, Alemania, dentro de una familia judía. Vivió de cerca la persecución del régimen nazi y, cuando tenía apenas 15 años, emigró con sus padres a Nueva York en 1938. Allí cambió su nombre a Henry y quedó fascinado por los ideales de libertad estadounidenses, tan distintos al autoritarismo del que escapaba. Aprendió inglés en pocos meses y comenzó a destacarse como un estudiante brillante. En sus escritos personales ya dejaba entrever cierto rechazo hacia las élites protestantes anglosajonas que dominaban el poder en su nuevo país, mientras profundizaba su interés por los clásicos de la política, en especial por Maquiavelo, a quien consideraba un referente. 
Tiempo después se enlistó en el ejército de Estados Unidos y regresó a Alemania como parte de las fuerzas aliadas. Su manejo del idioma lo convirtió en pieza clave en tareas de inteligencia, y fue destinado a labores de contraespionaje. Se destacó por su habilidad para capturar oficiales nazis y fue ascendido rápidamente. Según testimonios de un doble agente soviético y documentos desclasificados décadas más tarde, habría sido contactado por la inteligencia soviética para colaborar como informante al regresar a Estados Unidos, algo que nunca pudo ser confirmado. De todos modos, sus futuras relaciones cercanas con gobiernos como el soviético o el chino alimentaron muchas preguntas. 
En entrevistas posteriores, Kissinger reconoció que su tiempo como soldado marcó su carácter. Los interrogatorios, la exposición a la violencia y las responsabilidades en tiempos de guerra lo endurecieron y lo volvieron más reservado. Fue en esos años que, según sus propias palabras, comenzó a sentirse verdaderamente estadounidense. 

El salto de la teoría a la influencia global 

De la fábrica a Harvard: un nuevo comienzo Al finalizar su servicio militar, Henry Kissinger regresó a Estados Unidos y trabajó en una fábrica de pinceles. Paralelamente, se inscribió en la Universidad de Harvard para estudiar Ciencia Política. Se graduó con honores en 1950 y poco después se incorporó al cuerpo docente como profesor de Relaciones Internacionales. 
Sin embargo, para un hombre que ya había conocido la acción en tiempos de guerra, el mundo académico le resultaba limitado. Por eso, con la ayuda de su mentor William Yandell Elliott, impulsó la creación de un espacio que le permitiera proyectarse más allá del aula: el Seminario Internacional de Harvard. Este programa convocaba a jóvenes líderes del mundo —políticos, militares, periodistas— a pasar un verano compartido, en un entorno donde se debatían temas clave del contexto internacional. Para financiarlo, Kissinger y su mentor recurrieron a la Fundación Ford, la Fundación Rockefeller y la entonces recién formada Agencia Central de Inteligencia (CIA). A cambio, Kissinger accedió a compartir con la CIA y el FBI información relevante sobre los asistentes. A la vez, el seminario servía para promover ideas afines a la visión estratégica estadounidense. 
Este modelo fue tan exitoso que inspiró futuros programas de formación de élites políticas en varios países. 

Cátedras, revistas y relaciones estratégicas 

En Harvard, Kissinger comenzó a dictar la cátedra de Principios de Relaciones Internacionales, y sus clases rápidamente se volvieron populares. Figuras como George Soros o Klaus Schwab, fundador del Foro Económico Mundial, asistieron a sus cursos, que aún hoy son leídos y enseñados en instituciones de todo el mundo. 
En 1952, impulsado por la Fundación Rockefeller, lanzó una revista llamada Confluence, donde reunió a intelectuales influyentes como Hannah Arendt. Ese mismo año, gracias a sus artículos académicos y el respaldo de Harvard, fue nombrado consultor en temas nucleares en el Consejo de Relaciones Exteriores (Council on Foreign Relations), un think tank privado considerado uno de los espacios más influyentes en la política exterior de Estados Unidos. Fundado en 1922 y financiado en gran parte por los Rockefeller, este organismo ha desempeñado un papel clave en la creación de instituciones como la ONU, la OTAN o el Banco Mundial. Desde este lugar, Kissinger comenzó a formar parte del núcleo que diseñaría gran parte de la arquitectura global del poder occidental. 

Los Rockefeller y el nacimiento del Club Bilderberg 

Durante su paso por el Consejo de Relaciones Exteriores, Kissinger conoció a Nelson y David Rockefeller, nietos del magnate del petróleo John D. Rockefeller. Estos hermanos habían diversificado sus intereses, y ya no sólo dominaban el mercado energético y bancario, sino también influían en medios de comunicación, instituciones académicas, fundaciones médicas y organismos internacionales. Junto a ellos, Kissinger construyó una relación de largo plazo que terminaría impactando en la política global. 
Nelson Rockefeller, especialmente impresionado por el talento y el carácter de Kissinger, lo convirtió en su protegido. Juntos idearon espacios de diálogo entre las élites de Europa y Estados Unidos, buscando reducir tensiones y coordinar políticas económicas y diplomáticas. Así nació el Club Bilderberg, un foro de reuniones anuales sin acceso a la prensa, en el que se discuten temas estratégicos entre empresarios, políticos, banqueros y académicos influyentes. 
Desde 1957, Kissinger tuvo un lugar permanente en estas reuniones, y en varias ocasiones fue su moderador principal. 

Una visión de largo plazo 

A finales de los años 50, Kissinger comenzó a participar en otros foros internacionales privados y, con el tiempo, desarrolló vínculos con figuras del mundo soviético. También se convirtió en consultor comercial de los Rockefeller, ayudándolos en la expansión de sus negocios a escala global. Esta etapa fue el inicio de una carrera donde combinó relaciones personales, estrategia geopolítica e influencia intelectual. 
Su pensamiento sería clave décadas más tarde para iniciativas globales como la Agenda 2030 de la ONU y propuestas sobre crecimiento poblacional incluidas en el llamado “Reporte Kissinger” de los años 70, en el que se analiza el papel de la natalidad en el equilibrio de poder mundial. 
Desde sus comienzos como inmigrante hasta su irrupción en los centros de poder, Kissinger ya era mucho más que un académico: se estaba consolidando como un arquitecto silencioso del orden internacional. 

De académico influyente a arquitecto de guerra. Los primeros pasos en el poder real 

En 1955, Henry Kissinger dio un paso decisivo hacia los círculos donde se toman las grandes decisiones. Se convirtió en asesor del Consejo Nacional de Seguridad de Estados Unidos y de la Junta de Coordinación de Operaciones de Seguridad. Simultáneamente, dirigió un estudio sobre armamento nuclear y política exterior en el Consejo de Relaciones Exteriores. 
Un año después, en 1957, publicó su primer libro importante: "Armas nucleares y política exterior". Allí proponía una forma limitada y estratégica de usar el arsenal nuclear de Estados Unidos, y analizaba el nuevo equilibrio de poder con la Unión Soviética. El libro fue un éxito inmediato y ayudó a moldear el pensamiento estratégico de toda una generación. 

MK Ultra y el uso de la psicología 

Un aspecto poco conocido de esta etapa es su participación cercana al proyecto MK Ultra, una iniciativa secreta desarrollada entre los años 50 y 70 por la CIA, el ejército y varias universidades, incluida Harvard. Se trató de una serie de experimentos sobre control mental, manipulación psicológica y modificación de la conducta, en muchos casos realizados sin consentimiento de los involucrados. Kissinger, que mantenía contacto con los responsables del proyecto, recibía informes periódicos y llegó incluso a observar algunos ensayos personalmente. 
Años más tarde, demostraría un uso refinado del lenguaje y la comunicación pública, influenciado por estas primeras experiencias con el poder psicológico. 

Asesorías, consultorías y vínculos con los Rockefeller 

Entre 1956 y 1958, dirigió el Proyecto de Estudios Especiales financiado por la Fundación Rockefeller Brothers, y desde 1958 hasta 1971 encabezó el programa de estudios de defensa en Harvard. También continuó liderando el Seminario Internacional de Harvard hasta ese mismo año. 
Fuera del ámbito universitario, colaboró como consultor con numerosas agencias del gobierno estadounidense, incluyendo el Departamento de Estado, la Oficina de Investigación de Operaciones y la Corporación RAND, un influyente centro de desarrollo estratégico, militar y tecnológico. 
Durante los años 60, Kissinger reforzó su vínculo con Nelson Rockefeller, entonces gobernador de Nueva York. Fue su principal asesor en sus intentos por obtener la candidatura presidencial republicana en 1960, 1964 y 1968. 
Sin embargo, su llegada al corazón del poder no vendría por esa vía, sino a través de un personaje que él mismo consideraba poco afín. 


Logo de la Fundación Rockefeller. 
Imagen: Commons.wikimedia


Llegada a la Casa Blanca con Nixon 

Richard Nixon. 
Imagen: Commons.wikimedia


En 1968, Richard Nixon ganó las elecciones presidenciales y llamó a Kissinger para que lo acompañara como asesor de Seguridad Nacional. Aunque no tenía en alta estima al nuevo presidente, Kissinger aceptó la oferta con entusiasmo. Inmediatamente enfrentaron juntos el desafío de la guerra de Vietnam. Durante el primer mes de gobierno, murieron dos mil soldados estadounidenses. Muchos de los ataques venían desde bases norvietnamitas ocultas en Camboya, un país oficialmente neutral. Así nació una de las decisiones más polémicas de esa administración: bombardear Camboya en secreto. El operativo fue cuidadosamente ocultado al público estadounidense. Kissinger explicó más tarde que esperaban una protesta internacional que nunca llegó: ni los vietnamitas del norte, ni los rusos, ni los chinos, ni siquiera el propio gobierno camboyano reaccionaron. La falta de respuesta permitió mantener las operaciones en secreto, al menos por un tiempo. Pero una filtración interna llegó al New York Times y expuso el bombardeo. 
Mientras Kissinger descansaba en Florida con Nixon, la publicación estalló como una bomba política. Desde ese momento, Kissinger y Nixon comenzaron una intensa búsqueda del responsable de la filtración. El FBI intervino decenas de líneas telefónicas, incluso las de los colaboradores cercanos al propio Kissinger. Él también mandó a espiar a miembros de su equipo. A pesar del esfuerzo, el origen de la filtración nunca fue descubierto. 

El impulso de una guerra sin salida 

A medida que su influencia crecía, Kissinger se convirtió en uno de los hombres más poderosos de Estados Unidos. Desde el Consejo de Seguridad Nacional diseñaba estrategias de alcance global. 
En julio de 1969, viajó junto a Nixon a Vietnam del Sur. El objetivo era cumplir la promesa de campaña: una “salida honorable” de la guerra. Sin embargo, la ofensiva militar no cesó y los combates se intensificaron. Los norvietnamitas, con una resistencia inesperadamente tenaz, obligaron a Nixon y Kissinger a escalar el conflicto. 
La nueva decisión fue aún más arriesgada: invadir Camboya. Esto significó un punto de no retorno. La guerra se expandió y prolongó. La apuesta era que Nixon lograra la reelección en 1972 y cerrar el conflicto desde una posición de fuerza. Sin embargo, este camino costó la vida de 25.000 soldados estadounidenses y cientos de miles de víctimas en el sudeste asiático. Fue una decisión que marcó para siempre el legado de Henry Kissinger. 

El caos interno y el ajedrez global. Protestas, espionaje y desconfianza en la Casa Blanca 

En mayo de 1970, la situación dentro de Estados Unidos se volvió explosiva. La intervención militar en Camboya desató una ola de protestas estudiantiles sin precedentes. Decenas de miles de jóvenes se manifestaban contra la guerra, contra Nixon y contra su principal asesor, Henry Kissinger. Frente a la Casa Blanca, se concentraron multitudes exigiendo el fin de la escalada bélica. Kissinger intentó apaciguar el clima dedicando las tardes a mantener debates con grupos de estudiantes. Enviaba asistentes para convocarlos, los recibía, los escuchaba. Pero ni los gestos ni las palabras alcanzaban: las manifestaciones no cesaban. Mientras tanto, Nixon prometía retirar 150.000 soldados en el plazo de un año como señal de paz, aunque la guerra, en los hechos, continuaba intensificándose. 
En ese contexto, tres colaboradores cercanos a Kissinger renunciaron, desgastados por las decisiones y las tensiones internas. 
Nixon, inseguro y desconfiado, ordenó la instalación de sistemas de grabación y escuchas secretas en la Casa Blanca. Kissinger compartía esa desconfianza: también empezó a grabar conversaciones propias y ajenas. El espionaje interno se volvió parte habitual del funcionamiento del gobierno. 

La diplomacia oculta con China 

Henry Kissinger y Mao Zedong. 
Imagen: Commons.wikimedia


En paralelo a las tensiones domésticas, Kissinger trabajaba en uno de sus movimientos más audaces: abrir un canal directo con la República Popular China. 
A comienzos de los años 70, el canciller alemán Willy Brandt promovía una política de distensión con la Unión Soviética que incomodaba a Washington. Kissinger lo veía con sospecha, lo consideraba inestable, y temía que su acercamiento a Moscú debilitara la posición de Estados Unidos. Brandt era aliado, pero también competidor. Kissinger optó entonces por una jugada inesperada. Organizó un viaje secreto a China en 1971. 
Viajó a Pakistán, alegando problemas de salud, y desde allí, en plena noche, fue llevado en secreto al aeropuerto por funcionarios del gobierno pakistaní. A bordo del avión presidencial de ese país, llegó a Pekín para mantener conversaciones confidenciales con los líderes comunistas. Su viaje, y más tarde el de Nixon, rompieron décadas de aislamiento entre China y Estados Unidos, y transformaron la estrategia global del poder. 
Para Kissinger, el objetivo no era solo acercarse a China, sino dividirla aún más de la Unión Soviética. El distanciamiento entre ambos países ya existía, pero tras este giro diplomático, se volvió irreversible. Además, en esas mismas reuniones, convenció a las autoridades chinas de implementar políticas de control poblacional. Así nació, años después, la política del hijo único, medida que dejaría profundas consecuencias demográficas. 
Tras el éxito de la misión, el banco Chase Manhattan —propiedad de los Rockefeller— fue designado por China como representante oficial en sus primeros acuerdos bilaterales con Estados Unidos. La apertura de Pekín al comercio y la inversión extranjera era un sueño cumplido para sectores financieros de Occidente. Para Kissinger y los Rockefeller, se trataba de insertar al gigante comunista en el sistema capitalista global. 

Del Este al Oeste: Moscú y la guerra que no cesa 

Tras la apertura con China, el siguiente paso fue Moscú. En mayo de 1972, Nixon viajó a la capital soviética, una visita diplomática cuidadosamente preparada por Kissinger. Aunque Estados Unidos seguía atrapado en Vietnam y sus aliados europeos desconfiaban del acercamiento con la URSS, Nixon quería proyectar fuerza. Por eso, la visita fue organizada en completo secreto. Las negociaciones incluyeron temas nucleares, comercio y cooperación estratégica. 
A pesar de las bombas que caían en Vietnam —algunas cerca de los propios aliados soviéticos—, la reunión en la casa de campo de Brézhnev tuvo un tono festivo. Hubo vodka, canciones y bromas. Kissinger entendió rápidamente el mensaje: los soviéticos querían demostrar a Hanoi, a través de las transcripciones de la cumbre, que eran firmes negociadores. 
El clima de la reunión contrastaba con la violencia que se vivía en el sudeste asiático. La política exterior de Kissinger, basada en el pragmatismo absoluto, daba resultados en términos de acuerdos y aperturas, pero también implicaba mantener guerras en curso y aceptar costos humanos elevados. 
Mientras en el frente interno la sociedad se polarizaba, en el plano internacional su figura se consolidaba como una de las más influyentes del siglo. 

Fotografía del presidente Gerald Ford, el secretario Leonid Brezhnev y Henry Kissinger en la conclusión de la Cumbre de Vladivostok. Imagen: Commons.wikimedia


El arte de la imprevisibilidad como herramienta de poder 

Kissinger comprendía que la debilidad podía transformarse en estrategia. Se apoyó en la teoría de Nixon: si un presidente proyectaba una imagen irracional e impredecible, los adversarios no se arriesgarían a provocarlo. Esta actitud, aunque arriesgada, era parte de su visión de disuasión: mostrar que uno estaría dispuesto a hacer lo impensado, aunque en el fondo no se pretendiera hacerlo. Las amenazas veladas de ataques nucleares no impresionaron a Vietnam del Norte, pero el mensaje era claro: Estados Unidos mantenía la capacidad de respuesta. 
Kissinger viajó varias veces a París para negociar la paz. Hubo avances iniciales en 1969 y 1970, pero los sucesos en Camboya complicaron todo. 
Finalmente, el 23 de enero de 1973 se firmó el acuerdo para terminar la guerra. A pesar de la derrota, Kissinger logró que se percibiera como una salida digna. El hecho fue tan relevante que recibió el Premio Nobel de la Paz. 

Imagen: Commons.wikimedia


Watergate, Oriente Medio y el riesgo de una guerra mundial 

Poco después, el escándalo de Watergate estalló. Cinco hombres fueron sorprendidos espiando las oficinas del Partido Demócrata, y las grabaciones internas revelaron cómo Nixon se enteraba del intento de chantaje y lo aprobaba sin titubear. El caso desató una crisis política interna y debilitó la imagen de Estados Unidos. 
En octubre de 1973, aprovechando esa debilidad, tropas sirias y egipcias atacaron Israel. Nixon respondió con un puente aéreo para rearmar a su aliado, lo que provocó la reacción de Moscú. La tensión entre las dos superpotencias escaló rápidamente, y en Washington se temió un enfrentamiento directo. 
En medio de esta crisis, Kissinger insistía en que el poder debía usarse con responsabilidad, pero nunca ocultó que estaba dispuesto a emplearlo si era necesario. Para él, la disuasión se basaba en una lógica sencilla pero brutal: “Si quieres no usarlas, haz creer a la otra parte que sí lo harás”. 

Henry Kissinger: El estratega de la política exterior estadounidense 

Durante semanas, Henry Kissinger recorrió sin pausa las capitales del Medio Oriente buscando calmar las tensiones tras el estallido de la guerra entre Egipto, Siria e Israel. Esta intensa actividad diplomática, conocida como “shuttle diplomacy”, permitió establecer una paz temporal en la región. Tras estos logros, junto con la retirada de Vietnam, la figura de Kissinger se consolidó como la del gran arquitecto de la política exterior estadounidense, y su estilo basado en la realpolitik fue elevado casi a doctrina. Él mismo la definía como la capacidad de aprovechar cada situación en función de los propios intereses, sin que la moral interfiriera en la toma de decisiones. Para él, un acuerdo tenía valor si beneficiaba, y debía abandonarse si dejaba de hacerlo. 

El quiebre del orden económico mundial 

En 1971, el presidente Nixon, con Kissinger a su lado, sorprendió al mundo al terminar con el sistema de Bretton Woods. A partir de entonces, el dólar dejó de estar respaldado por oro y pasó a sostenerse únicamente en la confianza de los mercados. Este cambio marcó el inicio de una economía global basada en dinero fiduciario. Con ello se facilitó la expansión monetaria, el endeudamiento y el gasto público a gran escala. Pero también se sentaron las bases de crisis inflacionarias y devaluaciones recurrentes que todavía afectan a muchos países. 

La guerra contra las drogas y el rol de las agencias estadounidenses 

Ese mismo año, Nixon también lanzó la llamada "guerra contra las drogas", una política que se expandió internacionalmente con el tiempo. Se creó la DEA, una agencia que pasó a tener un papel protagónico en operaciones antidroga dentro y fuera de Estados Unidos. Sin embargo, múltiples informes e investigaciones posteriores –incluso desde el propio Congreso norteamericano– apuntaron a la CIA como partícipe del tráfico y distribución de estupefacientes, especialmente en América Latina. 
Algunas de estas operaciones habrían tenido como objetivo influir en sociedades enteras a través de métodos encubiertos, inspirados en experimentos psicológicos desarrollados décadas antes. 

El Plan Cóndor y la intervención en Sudamérica 

Durante los años setenta, guiados por la lógica estratégica de Kissinger, la Casa Blanca impulsó el llamado Plan Cóndor. Esta fue una política de intervención directa en los asuntos internos de países sudamericanos. Incluyó espionaje, coordinación entre servicios de inteligencia, suministro de armas, financiamiento a sectores aliados, represión, secuestros y asesinatos. Su propósito era contener no solo a movimientos comunistas, sino también a cualquier proyecto político que se opusiera a los intereses estratégicos de Washington y de los grandes grupos económicos ligados al poder estadounidense. 
Kissinger fue uno de los principales diseñadores de esta estrategia, considerada por muchos como una de las más incisivas de toda la Guerra Fría. 

Chile, Allende y la obsesión con evitar otro "Castro" 



Henry Kissinger y Augusto Pinochet.
Imagen: Commons.wikimedia


Uno de los casos más emblemáticos de esta etapa fue el de Chile. En plena crisis del gobierno de Salvador Allende, mientras Nixon lidiaba con el escándalo de Watergate y la guerra en Medio Oriente, la administración estadounidense ya había comenzado a intervenir años antes. 
Nixon sentía una fuerte necesidad de frenar la aparición de nuevos líderes como Fidel Castro. Creía que su carrera política había sido dañada por no poder manejar con libertad el tema de Cuba durante las elecciones de 1960, y que había perdido la gobernación de California en 1962 por culpa de la crisis de los misiles. 
Por eso, cuando Allende ganó las elecciones en 1970, la Casa Blanca decidió actuar rápidamente. Kissinger fue parte clave de un plan que incluyó instrucciones directas a los servicios de inteligencia para evitar que Allende llegara al poder o para debilitar su gobierno una vez instalado. 

El caso chileno: cuando la geopolítica se impuso a la democracia. La elección de Allende y el plan para evitar su gobierno 

Salvador Allende y el poeta Pablo Neruda. 
Imagen: Commons.wikimedia



En 1970, Salvador Allende fue elegido presidente de Chile con el 36% de los votos. Su victoria fue legítima, pero no alcanzaba la mayoría absoluta. Su principal competidor quedó apenas un punto por debajo, y la mayoría de los votos habían sido emitidos por partidos no comunistas. 
Desde Washington se buscó una alternativa para evitar que Allende asumiera. La CIA propuso al general René Schneider, entonces jefe del Ejército, que convocara a nuevas elecciones, una opción que la Constitución chilena contemplaba. Pero Schneider se negó, defendiendo el orden democrático, y poco después fue asesinado. A pesar del crimen, Allende logró asumir la presidencia. 

Una economía en tensión y una oposición incentivada desde el exterior 

El nuevo gobierno chileno comenzó a nacionalizar recursos y empresas, muchas de ellas con participación estadounidense. Desde Estados Unidos se implementaron medidas para desestabilizar su administración. Una de ellas fue incentivar huelgas a través del financiamiento de grupos sindicales que se oponían a Allende. No era una novedad: acciones similares se habían ejecutado con éxito en Guatemala y Brasil, bajo gobiernos anteriores. 
Las operaciones encubiertas, aunque no públicas, eran legales según la política exterior de Estados Unidos, y estaban bajo la supervisión del Consejo de Seguridad Nacional, donde Kissinger tenía un rol central. 

El golpe de Estado de 1973 y sus consecuencias 

Golpe de Estado en Chile (1973).
Imagen: Commons.wikimedia 


La situación económica, la polarización política y la presión externa desembocaron en un golpe militar. 
El 11 de septiembre de 1973, aviones de la Fuerza Aérea chilena bombardearon el Palacio de La Moneda. Ese mismo día murió Salvador Allende. 
Comenzó entonces una dictadura encabezada por el general Augusto Pinochet. Miles de personas fueron arrestadas, torturadas o desaparecidas. La ayuda material y logística estadounidense fue clave, y aunque tanto Nixon como Kissinger negaron haber organizado el golpe, admitieron haber contribuido a “crear las condiciones” que lo hicieron posible. 

El conflicto de Medio Oriente y el juego de poder global 

Mientras en América Latina se desplegaban estas políticas, en octubre de 1973 estalló la guerra de Yom Kipur entre Israel y una coalición de países árabes. Según diversos estudios, la guerra habría sido anticipada e incluso estimulada por la diplomacia de Kissinger. 
Cuando el conflicto comenzó, Estados Unidos entregó cerca de dos mil millones de dólares en armas a Israel. Como respuesta, los países árabes de la OPEP impusieron un embargo petrolero a las naciones que apoyaban a Tel Aviv. Esto generó una crisis energética global que, aunque caótica para muchas economías, benefició a grandes exportadores y compañías petroleras multinacionales. 
Kissinger sostuvo más adelante que esa guerra fue necesaria para reforzar la seguridad israelí. Sin embargo, se ha documentado que al mismo tiempo financió a grupos islamistas armados en algunos países, mientras respaldaba a gobiernos que los combatían. Esta estrategia dual, aparentemente contradictoria, formaba parte de una lógica de equilibrio de poder. 

Relaciones con la Unión Soviética y el nuevo orden mundial 

A mediados de los años 70, Nixon empezó a limitar el papel de Kissinger en los asuntos relacionados con Israel. En cambio, lo envió a negociar con la Unión Soviética. Allí, Kissinger participó en acuerdos históricos que limitaron el desarrollo de armamento nuclear entre las dos superpotencias. Este acercamiento no se limitó a lo militar. Estados Unidos reanudó el envío de tecnología, financiamiento y créditos hacia el bloque soviético, especialmente orientados a la industria militar. 
Uno de los momentos clave fue la creación en 1973 de la Comisión Trilateral, promovida por Kissinger y financiada desde la finca de los Rockefeller. Este órgano buscaba articular una nueva arquitectura internacional basada en la interdependencia entre grandes regiones: América del Norte, Europa y Asia. 

El ascenso absoluto y los últimos planes estratégicos de Kissinger 

En el otoño de 1973, Henry Kissinger alcanzó la cúspide del poder en Washington. A su cargo como Consejero de Seguridad Nacional se sumó el nombramiento como Secretario de Estado, convirtiéndose en el hombre clave de la política exterior estadounidense. Poco después contrajo matrimonio con una mujer vinculada al Ministerio, inteligente y acaudalada, en una boda que desató malestar en ciertos sectores de la comunidad judía, tanto por su religión como por haberse celebrado un sábado. 
Mientras tanto, el caso Watergate se expandía y alcanzaba a Kissinger, quien entonces era quizá la figura más influyente del gobierno. La prensa reavivó el escándalo del bombardeo secreto a Camboya, ocurrido en sus primeros tiempos en el poder, que incluyó intervenciones telefónicas a colaboradores y periodistas. 
Aunque Kissinger y Nixon tenían diferencias, compartían un fuerte recelo hacia sus críticos. El escándalo ya no era solo de Nixon; Kissinger tenía su propio Watergate. En medio de la tormenta, Kissinger decidió pasar al contraataque. En una rueda de prensa en Salzburgo, lanzó advertencias directas a quienes lo criticaban, dejando ver un costado más autoritario que hasta entonces había mantenido oculto. 
Finalmente, en agosto de 1974, Richard Nixon renunció. Kissinger, lejos de caer con él, se preparó para continuar en el poder con un nuevo jefe: Gerald Ford. El nuevo vicepresidente fue Nelson Rockefeller, antiguo patrón de Kissinger, quien pareció ser uno de los pocos beneficiados de la crisis. 
Poco después, en una visita oficial a Indonesia, Kissinger y Ford se reunieron con el presidente Suharto. Ante los planes de invadir Timor Oriental tras la retirada de Portugal, los indonesios buscaron el consentimiento tácito de Washington. Una transcripción de la conversación muestra que Ford expresó comprensión y pidió que, si la invasión ocurría, fuese luego de su regreso a Estados Unidos para evitar repercusiones mediáticas. Exactamente 15 horas después de su arribo, la ofensiva militar comenzó y llegó a las pantallas estadounidenses, ya como un hecho consumado. 
Durante este mismo periodo, comenzaron a fortalecerse en Washington ciertos enfoques sobre el control de la natalidad en países en desarrollo. Desde círculos cercanos al Consejo de Relaciones Exteriores y el recién creado Foro Económico Mundial, se impulsaban ideas sobre planificación familiar y crecimiento poblacional, en algunos casos heredadas de viejas corrientes eugenésicas. En ese contexto, Kissinger redactó un documento confidencial que más tarde sería conocido como el “Informe Kissinger” o "Memorándum 200", fechado en 1974 y desclasificado recién en 1989. Este documento planteaba que el crecimiento poblacional en países del llamado Tercer Mundo representaba una amenaza para los intereses estratégicos de Estados Unidos, especialmente en naciones proveedoras de materias primas. Por eso se recomendaban políticas que incluyeran control de natalidad, promoción del aborto y modificaciones culturales a largo plazo. El informe mencionaba a países como Brasil, México, Colombia, Turquía, Egipto, India, Bangladesh y otros, como prioritarios para estas estrategias. Además, sugería utilizar instituciones financieras internacionales como el FMI y el Banco Mundial para inducir cambios estructurales en esas sociedades. También se proponía emplear referentes culturales, artistas y comunicadores para modificar el imaginario colectivo, promoviendo modelos de vida alejados de la maternidad y paternidad. 
Con el tiempo, muchas de estas ideas se plasmaron en políticas activas, y curiosamente fueron adoptadas sobre todo en países del mundo desarrollado, hoy enfrentados a una crisis demográfica sin precedentes. 

Nelson Rockefeller. 
Imagen: Commons.wikimedia


Retirada de Vietnam y nuevas estrategias en América Latina 

En abril de 1975, el acuerdo de paz que Henry Kissinger había negociado para poner fin a la guerra de Vietnam ya no tenía vigencia. Las tropas del norte vietnamita ingresaron a Saigón, mientras que los estadounidenses y sus aliados del sur huían en medio del caos. Kissinger comprendía que cada vez que Estados Unidos se retiraba de un conflicto sin cumplir sus compromisos, se debilitaba la confianza global en su liderazgo. Sabía que esta retirada tendría consecuencias a largo plazo. 
El 30 de abril de ese año, los últimos estadounidenses abandonaron Vietnam. La imagen de helicópteros evacuando desde los techos de la embajada quedó grabada en la historia como símbolo del fracaso. 

Argentina, Chile y una visión pragmática de los derechos humanos 

Henry Kissinger y el dictador Jorge Rafael Videla. 
Imagen: Commons.wikimedia


Ya en 1976, sin mostrar señales de alejarse de la influencia, Kissinger intervino en los acontecimientos políticos del Cono Sur. Con el respaldo implícito de Washington, apoyó el surgimiento de una junta militar en Argentina luego de la muerte de Juan Domingo Perón y del posterior derrocamiento de su esposa, Isabel Perón. Aquel gobierno fue denominado oficialmente como “Proceso de Reorganización Nacional”. 
En 1978, sin ocupar ya un cargo formal, Kissinger asistió al Mundial de fútbol celebrado en Argentina. Fue visto en el palco oficial junto al general Jorge Rafael Videla y otros miembros de la cúpula militar. Más tarde, viajó a Chile, asegurando que su objetivo era influir positivamente en la política de derechos humanos del régimen de Pinochet. Sin embargo, su enfoque de la política exterior estaba guiado por una lógica realista: lo que ocurría dentro de las fronteras de cada país no era de su incumbencia, siempre que sus gobiernos colaboraran en el plano internacional. Bajo esta premisa, violaciones de derechos humanos quedaban fuera de su juicio, lo que llevó a numerosos cuestionamientos por la tolerancia hacia regímenes autoritarios. 

Una diplomacia sin ideología: amigos a derecha e izquierda 

Aunque Kissinger fue conocido por su respaldo a gobiernos militares de derecha, también impulsó relaciones con regímenes socialistas cuando estos ofrecían estabilidad o beneficio estratégico. Mantuvo lazos con China y la Unión Soviética, pero también con gobiernos como el cubano o el sandinista en Nicaragua, a este último destinando fondos por 3.400 millones de dólares en una etapa crítica. 
Su política no respondía a una ideología, sino a la búsqueda de un orden internacional que beneficiara a los intereses de Estados Unidos y de las élites empresariales que lo rodeaban. 
Ejemplos de esta flexibilidad son numerosos. Henry Kissinger invitó tanto a Fidel Castro como a Augusto Pinochet a la Conferencia de Seguridad de Múnich, un espacio de diálogo internacional. Las relaciones entre los Rockefeller y el gobierno cubano también son ilustrativas: el Chase Manhattan Bank, de propiedad familiar, facilitó préstamos al régimen de Castro en momentos de dificultad económica. 

El Plan Cóndor y la lógica del poder 

El apoyo a dictaduras militares en América Latina formó parte de una estrategia más amplia, conocida como Plan Cóndor, que articuló la represión en varios países del continente. Pero este plan no fue una política aislada, sino una expresión de una doctrina global: instalar gobiernos alineados con los intereses económicos de Estados Unidos, sin importar su signo ideológico. Cuando resultó evidente que las democracias representativas ofrecían un modelo más funcional para los objetivos estratégicos y comerciales, estas comenzaron a imponerse en todo el mundo. No por una conversión moral, sino porque demostraron ser la forma más eficaz para consolidar el poder de Washington en el orden global. 

España, entre el franquismo y la apertura occidental 

Durante el régimen de Francisco Franco, España permaneció en la periferia de los organismos internacionales más influyentes. Sin embargo, hacia 1968, un informe del Departamento de Estado norteamericano señalaba que entre los posibles sucesores del dictador, el príncipe Juan Carlos era el más adaptable a los intereses anglosajones. A partir de ese diagnóstico, figuras como Henry Kissinger comenzaron a trabajar discretamente para asegurarse de que Juan Carlos fuera el elegido. El compromiso era claro: a cambio del respaldo internacional, el futuro rey impulsaría una transición democrática, acercaría al país a la ONU, a la OTAN y a la Comunidad Económica Europea, instituciones que el franquismo consideraba una amenaza a la soberanía nacional. 
Desde la muerte de Franco en 1975, España cumplió con todos estos pasos. La influencia exterior se mantuvo firme a lo largo de los años, y tanto el Partido Popular como el Partido Socialista Obrero Español han recibido respaldo financiero de grupos económicos como los Rockefeller. 
Un episodio llamativo en esta historia fue la reunión entre Henry Kissinger y el almirante Luis Carrero Blanco en 1973. En ese momento, Carrero era presidente del gobierno y mano derecha de Franco. Durante varias horas hablaron sobre temas estratégicos, y Kissinger insistió en que España abandonara su programa de energía nuclear. Carrero Blanco se negó, argumentando que el desarrollo nuclear era esencial para fortalecer la autonomía del país. Además, su figura representaba una continuidad del franquismo que amenazaba con obstaculizar la transición que se preparaba. 
Veintitrés horas después de esa reunión, Carrero Blanco murió en un atentado mientras viajaba en su vehículo oficial. Aunque la versión oficial atribuyó el hecho a ETA, con el tiempo surgieron diversas investigaciones que apuntan a una posible implicación de Kissinger y la CIA. 

El Sahara Occidental y una última jugada 

En los días finales del régimen de Franco, cuando el dictador se encontraba gravemente enfermo en noviembre de 1975, se produjo la llamada “Marcha Verde”. Con el respaldo de Estados Unidos y el impulso de Kissinger, Marruecos organizó una operación para ocupar militarmente el Sahara Occidental, entonces territorio administrado por España. La acción concluyó con la retirada española de la región y abrió una disputa que perdura hasta hoy. 

La relación con Venezuela y el petróleo de los Rockefeller 

Nelson Rockefeller y Rómulo Betancur
Imagen: Commons.wikimedia


Kissinger también mantuvo una atención constante sobre Venezuela. Visitó el país en dos momentos clave, siempre reuniéndose con el presidente Carlos Andrés Pérez. La primera visita fue en febrero de 1976, apenas un mes después de la nacionalización del petróleo venezolano, hasta entonces en manos de grandes corporaciones extranjeras, entre ellas compañías vinculadas a los hermanos Rockefeller. A pesar del cambio de propiedad, estos grupos recibieron importantes compensaciones económicas, y desde hacía tiempo habían diversificado sus intereses en el país: desde la agricultura y el comercio hasta la salud y la industria de alimentos, con una fuerte presencia facilitada por la cercanía entre Nelson Rockefeller y el expresidente Rómulo Betancourt. 
La segunda visita ocurrió en 1992, en un contexto mucho más complejo. Venezuela vivía una fuerte inestabilidad tras el intento de golpe militar del 4 de febrero. Kissinger llegó como parte de un grupo de asesores internacionales convocados por el presidente Pérez, compuesto por directivos de grandes multinacionales. El objetivo era ayudar al gobierno a estabilizar la situación interna y continuar con las reformas económicas conocidas como “El Gran Viraje”. 

El final de una etapa en Washington 

Con la llegada de Jimmy Carter a la presidencia de Estados Unidos en 1976, tras una elección marcada por la crisis económica, la inseguridad y el malestar social, terminó la etapa de Kissinger como secretario de Estado. Después de casi tres años al frente de la diplomacia estadounidense, dejaba su cargo, pero no así su influencia, que se extendería por décadas a través de redes políticas, empresariales y diplomáticas en todo el mundo. 

Henry Kissinger y Jimmy Carter
Imagen: Commons.wikimedia

Kissinger después del poder: el hombre en la sombra 

El mandato formal de Henry Kissinger como secretario de Estado terminó en 1977, pero su influencia recién comenzaba a desplegarse en toda su magnitud. En ese momento ya era una celebridad mundial, con una red de contactos que trascendía gobiernos, continentes y sistemas ideológicos. 
Paradójicamente, al dejar el cargo oficial, comenzó a ejercer más poder que nunca. Se convirtió en una figura permanente en la escena internacional, actuando como una suerte de consejero vitalicio para los líderes más poderosos del planeta. Desde Ronald Reagan hasta Joe Biden, todos los presidentes estadounidenses contaron con su presencia directa o indirecta. Su voz fue escuchada en decisiones clave, incluso cuando la situación en Irak se volvía insostenible para la administración Bush: fue Kissinger quien recomendó no retirarse bajo ninguna circunstancia, sino extender la guerra hasta una victoria indiscutible. 
A comienzos de los años noventa, en San Petersburgo, Kissinger conoció a un joven oficial ruso llamado Vladimir Putin. Desde entonces, se convirtió en uno de sus mentores, manteniendo una relación de confianza que perduró durante décadas. Visitó Rusia y China en numerosas ocasiones, y también ofreció su asesoramiento a Xi Jinping. En paralelo, fundó consultoras privadas que fueron contratadas por gobiernos y grandes corporaciones para resolver crisis internas, gestionar conflictos diplomáticos o rediseñar estrategias geopolíticas. 
Fue figura habitual de la Comisión Trilateral, del club Bilderberg y de la Conferencia de Seguridad de Múnich, espacios discretos en los que se bendicen o descartan aspirantes al poder político en distintos países del mundo. 
Durante estas décadas, Kissinger impulsó políticas de control poblacional y promoción de la natalidad selectiva, fuertemente alineadas con los Objetivos de Desarrollo de la ONU. Incluso fuera de la Secretaría de Estado, su influencia se percibió en cada intervención militar: desde las invasiones de Libia y Yugoslavia hasta Irak, Afganistán, Somalia o Pakistán. 
Los bombardeos con drones durante el gobierno de Obama y el accionar de Hillary Clinton en la política exterior siguieron su línea. Sus discípulos, como Madeleine Albright, fueron piezas clave para mantener activa su doctrina. 
A sus noventa años, Kissinger seguía siendo un operador silencioso dentro y fuera de la Casa Blanca. Intervenía en la promoción de organismos globales, en el impulso a los llamados Objetivos de Desarrollo Sostenible y en decisiones aparentemente técnicas, como el lobby para frenar el desarrollo de medicamentos genéricos en España o la presión para que distintos países permitieran el uso de semillas transgénicas
Además de su actividad política y empresarial, Kissinger no abandonó nunca la producción intelectual. Escribió libros, dio conferencias y mantuvo vínculos con el mundo académico hasta el final de su vida. Murió el 29 de noviembre de 2023, tras una existencia de más de cien años. Su legado, tan amplio como polémico, dejó una marca imborrable en la arquitectura del mundo moderno. Está presente en los manuales de relaciones internacionales con su “realismo pragmático” y su defensa de una realpolitik sin escrúpulos. En América Latina, su huella puede rastrearse tanto en el apoyo a dictaduras como en el aval a democracias tuteladas y economías subordinadas. En Asia, dejó tras de sí un escenario de guerra, pero también el deshielo con China. En Europa, contribuyó a subordinar las decisiones nacionales a intereses de bloques supranacionales. Y en el mundo entero, ayudó a consolidar un orden financiero sin respaldo real, manejado por organismos globales que dictan las políticas económicas, sociales y científicas de los Estados. Así fue la obra de Henry Kissinger: vasta, polémica, decisiva y, para muchos, alarmantemente eficaz.

Fuentes

* Morales, Mario. *Henry Kissinger y la política exterior de Estados Unidos*. Editorial Siglo XXI, 2011.

* La Vanguardia. “Henry Kissinger, arquitecto de la diplomacia estadounidense del siglo XX”. 2023.

* BBC Mundo. “Henry Kissinger: luces y sombras del influyente diplomático estadounidense”. 2023.

* El País. “El legado de Henry Kissinger en la política internacional”. 2023.




Comentarios