El poderío militar de EE. UU. frente a China: claves estratégicas
Una mirada geopolítica a la asimetría militar entre Estados Unidos y China, la importancia de la industria y los recursos estratégicos, y el papel clave de Taiwán en un posible conflicto.
El pulso geopolítico entre Estados Unidos y China es el eje central del mundo contemporáneo. El primero sigue siendo la superpotencia militar indiscutida, con el mayor presupuesto en defensa y una red global de bases que le permite proyectar poder en todos los continentes. El segundo, sin embargo, se ha convertido en el gran taller del planeta, con un peso industrial sin precedentes y una estrategia a largo plazo que combina modernización militar con el control de sectores económicos estratégicos.
Esta asimetría plantea una pregunta crucial: ¿qué pesa más en un conflicto moderno, la superioridad militar inmediata o la capacidad industrial para sostener una guerra prolongada? Taiwán aparece como el escenario más probable de una confrontación directa y, en este artículo, analizamos con detalle las capacidades de ambos actores, la cuestión de los recursos primarios, el posible papel de Rusia y un escenario paso a paso de lo que significaría una guerra en el estrecho de Taiwán.
Estados Unidos: superioridad inmediata y proyección global
El presupuesto de defensa estadounidense roza el billón de dólares anuales, cifra que equivale a más que los diez países siguientes combinados. La marina estadounidense mantiene once portaaviones nucleares operativos, cada uno con capacidad de proyección aérea y logística a nivel global. A esto se suma una red de aproximadamente 750 bases en más de 80 países, lo que convierte a Estados Unidos en la única potencia capaz de intervenir con rapidez en cualquier región del planeta.
Su fuerza aérea, su sistema de inteligencia y su experiencia en guerras modernas lo colocan en una posición dominante en el corto plazo. Ningún otro país ha desarrollado un sistema de mando y control global tan sofisticado ni cuenta con la misma experiencia de combate acumulada desde la Guerra del Golfo hasta las intervenciones en Medio Oriente.
Sin embargo, el talón de Aquiles estadounidense está en su base industrial. La deslocalización productiva de las últimas décadas redujo su capacidad de reconversión en caso de una guerra prolongada. Ya no posee la flexibilidad industrial que le permitió, en la Segunda Guerra Mundial, transformar fábricas automotrices en productoras de tanques o astilleros civiles en productores masivos de barcos de guerra. Hoy depende de cadenas globales de suministro que, en un conflicto contra China, se verían interrumpidas.
China: industria masiva y capacidad de desgaste
China no iguala aún a Estados Unidos en proyección global, pero ha construido en dos décadas la marina más numerosa del mundo en términos de buques, aunque no en tonelaje. Actualmente dispone de tres portaaviones (dos operativos y uno en fase de pruebas), y desarrolla submarinos, misiles hipersónicos y sistemas de defensa antiaérea avanzados.
Su mayor fortaleza es su base industrial. China produce cerca de una cuarta parte de toda la manufactura mundial y sus astilleros fabrican aproximadamente el 60 por ciento de los barcos del planeta. En caso de guerra, podría reconvertir de manera rápida buena parte de esa capacidad a producción militar, aumentando su flota y su capacidad logística en pocos años. Lo mismo ocurre con su industria automotriz y electrónica, capaces de transformarse en fábricas bélicas con apoyo del Estado.
El Ejército Popular de Liberación ha diseñado su estrategia en torno al concepto A2/AD (Anti-Access/Area Denial), que consiste en negar a Estados Unidos y sus aliados el acceso al Mar de China Meridional y al estrecho de Taiwán mediante el despliegue de misiles de alcance medio y largo, submarinos y sistemas de defensa aérea. El objetivo no es aún proyectar poder global, sino asegurar su periferia inmediata.
Recursos estratégicos: la guerra más allá de las armas
Toda guerra es también una cuestión de recursos. China domina el mercado de tierras raras, esenciales para la producción de radares, misiles, imanes de alta potencia y equipos electrónicos. Esto le da un control estratégico sobre la base tecnológica de cualquier esfuerzo bélico prolongado.
Sin embargo, China depende de importaciones para recursos primarios críticos como petróleo, gas, cobre y uranio. Gran parte de su suministro energético proviene de Medio Oriente y África y debe atravesar el estrecho de Malaca, un corredor marítimo vulnerable al bloqueo. Estados Unidos, con su capacidad naval, podría estrangular ese flujo y dañar severamente la economía china.
Estados Unidos, por su parte, posee una base energética más diversificada gracias a la explotación de hidrocarburos no convencionales y mantiene acceso privilegiado a materias primas mediante sus alianzas y acuerdos comerciales.
El factor Rusia
En un conflicto de gran escala, China podría contar con cierto apoyo de Rusia. Ambos países han intensificado su cooperación militar, realizando ejercicios conjuntos y compartiendo tecnologías. Rusia podría actuar como proveedor de petróleo, gas y ciertos minerales, además de transferir conocimiento en misiles, drones o guerra electrónica.
Sin embargo, la capacidad rusa de sostener a China en un esfuerzo prolongado es limitada. Moscú atraviesa sanciones severas y está absorbido por su propia guerra en Ucrania. El apoyo ruso sería valioso, pero no resolvería las vulnerabilidades chinas en rutas marítimas y suministro global.
Taiwán: el centro del tablero
Taiwán es mucho más que una isla de 23 millones de habitantes. Su importancia radica en tres elementos: su posición estratégica frente a la costa china, su papel en la primera cadena de islas que rodea al gigante asiático y, sobre todo, su industria de semiconductores.
La empresa TSMC produce más del 60 por ciento de los chips avanzados del mundo. Sin Taiwán, la industria tecnológica global se vería paralizada. Controlar la isla daría a China no solo ventaja militar, sino también una palanca económica inmensa.
Un escenario probable de conflicto
La primera fase de un conflicto sería coercitiva: ciberataques, sanciones, propaganda y presión diplomática. El objetivo sería forzar a Taiwán a negociar sin disparar un tiro.
Si eso fallara, China pasaría a un bloqueo parcial o total, desplegando misiles y submarinos para cerrar rutas marítimas y aéreas. Estados Unidos y sus aliados se verían obligados a decidir si rompen ese bloqueo, lo que implicaría un choque directo.
Una tercera fase incluiría desembarcos limitados en islas periféricas y operaciones aerotransportadas sobre infraestructuras críticas. La invasión total de Taiwán sería la opción más arriesgada: requiere transportar cientos de miles de soldados a través de un estrecho, bajo el fuego de defensas costeras, y sostener la logística en una isla densamente poblada.
El desenlace dependería de la capacidad de China para resistir sanciones internacionales y de su industria para sustituir pérdidas frente a una potencia con experiencia de combate y aliados globales.
Impacto global
Una guerra por Taiwán sería devastadora para la economía mundial. La producción de semiconductores se vería interrumpida, afectando a todo el sector tecnológico, desde teléfonos hasta misiles guiados. Las rutas marítimas del Pacífico sufrirían bloqueos, el precio del petróleo se dispararía y la economía global podría caer en una depresión sin precedentes.
Más allá de lo militar, el verdadero campo de batalla es económico: la interdependencia global haría que todos los países, incluso aquellos no involucrados directamente, paguen un precio altísimo.
Conclusión
Estados Unidos conserva hoy la superioridad militar absoluta, pero China cuenta con una base industrial y un dominio en recursos críticos que podrían darle ventaja en una guerra prolongada. Taiwán es el punto neurálgico de este pulso de poder, no solo por su posición geográfica, sino por su papel en la economía digital del siglo XXI.
El conflicto no es inevitable, pero si ocurriera, no se trataría solo de quién tiene más armas, sino de quién puede sostenerlas en el tiempo y asegurar los recursos para fabricarlas. El siglo XXI se juega tanto en los arsenales como en las fábricas.

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