Eurasia despierta: Rusia, China y el fin del orden occidental
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Eurasia despierta: Rusia, China y el fin del orden occidental
El siglo XXI avanza hacia una transformación que redefine las bases del poder global. Las viejas estructuras que sostuvieron la hegemonía occidental durante más de siete décadas comienzan a resquebrajarse. En el corazón de esa transición emerge un nuevo bloque: la alianza euroasiática encabezada por Rusia y China, un proyecto que combina poder militar, capacidad industrial, recursos naturales y visión geopolítica. Si esa integración logra consolidarse en un marco de estabilidad, el dominio occidental —fundado sobre el dólar, la OTAN y el control de las rutas marítimas— podría llegar a su fin.
Durante siglos, Europa y luego Estados Unidos dominaron el mundo a través del comercio marítimo, la colonización y la imposición de sus modelos políticos y financieros. Sin embargo, la geografía, que tantas veces definió los imperios, vuelve a inclinar la balanza hacia el interior del continente euroasiático, el mayor y más rico de la Tierra. Allí se encuentran los recursos, la población y los corredores logísticos que podrían convertir a Eurasia en el nuevo epicentro del sistema internacional.
Rusia y China: el eje continental
Rusia y China representan los pilares de esta nueva estructura. No se trata de una alianza improvisada, sino del resultado de un proceso de convergencia política, económica y estratégica que se aceleró tras la expansión de la OTAN hacia el este y las sucesivas sanciones impuestas por Occidente. Moscú y Pekín comprendieron que su supervivencia como potencias independientes exigía cooperación.
Rusia aporta lo que a China le falta: energía, agua, minerales y alimentos. China ofrece lo que Rusia necesita: capital, tecnología, manufactura e inserción global. Ambas economías son complementarias, y su unión desafía la lógica de fragmentación que durante décadas impuso el bloque atlántico.
Desde la firma del Tratado de Buena Vecindad en 2001 hasta las cumbres de los BRICS, la relación ruso-china se ha transformado en un eje estratégico con alcance global. Juntos impulsan mecanismos financieros alternativos al dólar, promueven el comercio en monedas locales y desarrollan infraestructuras que conectan los puertos chinos del Pacífico con el mar Báltico, el Mediterráneo y el Índico.
El espacio euroasiático: una arquitectura de poder
En torno al eje Moscú-Pekín gravita una red de países que configuran el segundo anillo de poder euroasiático: Irán, India, Pakistán, Turquía, Kazajistán, Uzbekistán, Bielorrusia y Mongolia, entre otros. Estos Estados comparten intereses comunes: asegurar rutas comerciales seguras, resistir presiones externas y participar en un sistema económico más equitativo.
La Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) se ha convertido en el foro central para esa cooperación. Nacida en 2001 con un propósito de seguridad regional, hoy abarca más de 40% de la población mundial y más del 30% del PIB global. A través de ella se coordinan políticas energéticas, infraestructura, seguridad fronteriza y desarrollo tecnológico.
En paralelo, los BRICS ampliados funcionan como la plataforma financiera y diplomática del bloque. La entrada de Arabia Saudita, Irán, Egipto, Etiopía y Emiratos Árabes Unidos marcó un punto de inflexión. El grupo, que comenzó como una coalición económica, ahora se proyecta como una alternativa al G7, con bancos propios y proyectos de cooperación sin las condiciones políticas de los organismos occidentales.
La nueva Ruta de la Seda
China impulsa la Iniciativa de la Franja y la Ruta, conocida como la Nueva Ruta de la Seda, una red de corredores ferroviarios, puertos, carreteras y gasoductos que unen Asia con Europa y África. Este megaproyecto, que involucra a más de 150 países, busca reconfigurar el comercio global trasladando el eje de las rutas marítimas dominadas por Estados Unidos hacia un sistema terrestre interconectado.
Rusia ocupa un papel central en esa red, tanto por su territorio como por su infraestructura energética. Los oleoductos que cruzan Siberia, los corredores ferroviarios que conectan San Petersburgo con Shanghái y los nuevos puertos en el Ártico son piezas de un mismo diseño: garantizar la autonomía económica de Eurasia frente al dominio naval anglosajón.
Irán, India y Turquía: potencias intermedias
Irán se consolida como un nodo estratégico. Su alianza con Rusia y China le permite resistir las sanciones estadounidenses, comerciar petróleo y participar en proyectos logísticos clave como el Corredor Internacional Norte-Sur, que une el Golfo Pérsico con el mar Báltico.
India, aunque mantiene vínculos con Occidente, juega a equilibrar sus relaciones. Participa en los BRICS y la OCS, coopera con Rusia en defensa y energía, y con China en comercio. Nueva Delhi busca autonomía, no alineamiento, pero su peso demográfico y tecnológico la convierte en un actor inevitable en el nuevo orden.
Turquía, miembro de la OTAN pero cada vez más independiente, se acerca gradualmente a Moscú y Pekín. Controla el acceso al Mar Negro, domina rutas energéticas y busca convertirse en el puente entre Europa y Asia. Su pragmatismo la hace parte esencial de cualquier arquitectura euroasiática.
Europa ante el espejo
La Unión Europea enfrenta un dilema histórico. Subordinada militarmente a Estados Unidos y dependiente energéticamente del gas ruso —que ella misma se ha negado a comprar por presión política—, ha perdido autonomía estratégica. Alemania, motor económico del continente, sufre el costo del aislamiento energético y la desindustrialización. Francia intenta mantener su idea de “Europa soberana”, pero carece del poder político y militar para materializarla.
En los hechos, Europa se ha convertido en un escenario de contención entre potencias. Su dependencia de la OTAN y la influencia de Washington la han transformado en un actor pasivo, más espectador que protagonista. La guerra en Ucrania, en lugar de fortalecerla, la ha fragmentado.
Mientras tanto, Rusia mira hacia el este y el sur, no hacia Bruselas. La Europa que Moscú conoció durante el siglo XX ya no es su interlocutora natural. Su futuro está en Asia.
Estados Unidos y la estrategia de contención
Para Estados Unidos, la consolidación del bloque euroasiático representa la mayor amenaza a su hegemonía desde la Segunda Guerra Mundial. Washington no puede permitir una alianza estable entre Rusia, China y Alemania, porque eso uniría el poder industrial europeo, los recursos rusos y la tecnología asiática.
Su política exterior desde los años 90 ha sido clara: impedir la integración de Eurasia bajo una misma lógica continental. La expansión de la OTAN hacia el este, la fragmentación de Yugoslavia, las revoluciones de colores, la guerra en Siria y el conflicto en Ucrania forman parte de esa estrategia de contención.
La guerra actual cumple esa función. Mantiene a Rusia desgastada, a Europa dependiente y a China vigilada. Estados Unidos vende armas, gas y tecnología a sus aliados, consolidando su liderazgo político y económico. Pero este equilibrio es frágil. Si el conflicto se detuviera y se normalizara la relación euroasiática, el sistema basado en el dólar perdería su columna vertebral.
América Latina y el eje del sur global
América Latina aparece como el espacio natural de expansión de esta nueva arquitectura multipolar. Los países sudamericanos comparten una historia de dependencia financiera y sanciones económicas similares a las que enfrentan Rusia e Irán. Por eso, la cooperación con los BRICS y con China gana terreno.
Brasil ya es miembro pleno del grupo y promueve una agenda de integración financiera del sur global. Argentina, aunque atraviesa vaivenes políticos, ha buscado acuerdos con China y Rusia en energía, transporte e infraestructura. México mantiene una posición ambigua, mientras Chile y Bolivia son actores centrales por sus reservas de litio.
El objetivo de la alianza euroasiática es claro: consolidar vínculos con América del Sur para asegurar materias primas, alimentos y acceso al Atlántico sin pasar por los circuitos financieros controlados por Washington. En este contexto, la multipolaridad no es una consigna ideológica, sino una necesidad económica.
El factor energético y monetario
El control de la energía y del sistema financiero es el núcleo de esta disputa global. Rusia, Arabia Saudita, Irán y China están desarrollando mecanismos de comercio en monedas locales para evitar el dólar. El yuan, respaldado por el comercio chino y las reservas de oro, comienza a ser aceptado en contratos internacionales.
Si el petróleo y el gas comienzan a cotizarse en otras monedas, la capacidad de Estados Unidos para financiar su deuda y sostener su economía se vería seriamente afectada. Esa es la razón por la que Washington defiende con tanta fuerza el statu quo.
La energía es poder. Rusia y sus aliados controlan una parte sustancial de las reservas mundiales de gas, petróleo y minerales críticos. China domina la cadena de suministro de tierras raras, indispensables para la industria tecnológica. Occidente, en cambio, depende cada vez más de importaciones y del endeudamiento.
La visión rusa y china de la paz
Tanto Putin como Xi Jinping sostienen que la paz mundial no puede basarse en la dominación de una sola potencia, sino en el equilibrio entre civilizaciones. Rusia propone un sistema de seguridad compartido en Eurasia, sin bloques militares. China impulsa una diplomacia económica, basada en el desarrollo y no en la coerción.
Occidente desconfía de esas ideas, pero la realidad demuestra que gran parte del mundo —Asia, África y América Latina— las ve con simpatía. Después de décadas de sanciones, intervenciones y ajustes financieros, muchos países prefieren un sistema donde existan múltiples centros de poder.
El futuro de la multipolaridad
La multipolaridad ya no es una teoría, sino un hecho en desarrollo. La hegemonía unipolar surgida tras la caída de la Unión Soviética se encuentra en declive. Ningún país por sí solo puede controlar el comercio, la energía o la tecnología global.
El bloque euroasiático avanza hacia un orden donde el poder se distribuye y las alianzas son flexibles. El siglo XXI será el de la cooperación entre polos regionales: Eurasia, América del Sur, África y el Indo-Pacífico.
Si la paz logra imponerse y las rutas continentales se consolidan, el mundo podría vivir una etapa de equilibrio inédito: un planeta sin imperios dominantes, regido por la interdependencia y la soberanía.
La resistencia a ese cambio es intensa. Estados Unidos y la OTAN intentarán mantener el control a través de sanciones, guerras híbridas y propaganda. Pero la historia avanza hacia una nueva dirección: la del continente euroasiático como eje del poder mundial.
Eurasia no necesita conquistar; le basta con conectarse. Y cuando lo haga, el mapa del poder global habrá cambiado para siempre.
Fuentes
RT Español, “Putin y Xi Jinping: alianza estratégica para un nuevo orden mundial”, 2024.
El País, “La expansión de los BRICS y el desafío a Occidente”, 2023.
Sputnik Mundo, “La cooperación euroasiática redefine el equilibrio global”, 2024.
France 24, “BRICS: la alternativa del sur global al orden occidental”, 2024.
La Vanguardia, “China y Rusia consolidan su eje energético”, 2023.
BBC Mundo, “Qué significan los BRICS ampliados para la economía global”, 2024.
DW Español, “Eurasia, el tablero de la nueva geopolítica mundial”, 2023.

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