J.P. Morgan y la Argentina: la república del carry trade y la entrega financiera del Estado

 

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J.P. Morgan y la Argentina: cuando la diplomacia se rinde a los mercados

En la Argentina del siglo XXI, las fronteras entre el poder financiero global y el poder político nacional parecen haberse disuelto. En el vértice del gobierno de Javier Milei, los principales resortes de la economía están hoy en manos de hombres que se formaron, hicieron fortuna y construyeron sus vínculos en el corazón mismo de Wall Street. Detrás de los nombres —Luis “Toto” Caputo, Santiago Bausili y José Luis Daza— se alza una sombra poderosa: J.P. Morgan, el banco que simboliza la hegemonía financiera estadounidense sobre América Latina desde hace más de un siglo.

Los hombres de Wall Street en el Estado argentino

Luis Caputo, actual ministro de Economía, fue directivo de J.P. Morgan en los años noventa, responsable de trading y emisión de bonos soberanos para América Latina. Su compañero de ruta, Santiago Bausili, hoy presidente del Banco Central, también forjó su carrera en el mismo banco antes de pasar por Deutsche Bank. Y José Luis Daza, exresponsable mundial de mercados emergentes de J.P. Morgan, se incorporó recientemente al gabinete económico como viceministro.

No se trata de coincidencias biográficas ni de un simple “perfil técnico”. Se trata de una estructura de poder que reproduce, desde adentro del Estado, los intereses de las finanzas globales. El Estado argentino, que alguna vez pretendió ser un instrumento de desarrollo nacional y justicia social, parece haberse transformado en una delegación administrativa del capital financiero.

De la diplomacia nacional a la diplomacia de los mercados

El nombramiento de Pablo Quirno como canciller —otro ex J.P. Morgan— completa la escena. Por primera vez, la conducción de la política exterior argentina está directamente ligada al mundo financiero. En lugar de una diplomacia orientada a los pueblos y la integración latinoamericana, asistimos a una diplomacia de los mercados: una cancillería que ya no defiende intereses nacionales, sino las condiciones de confianza que exigen los inversores y los fondos de cobertura internacionales.

En otras palabras, la Argentina ha convertido su política exterior en una extensión del Ministerio de Economía, y su economía en una sucursal de Wall Street. Las embajadas se transforman en oficinas de negocios, los embajadores en promotores financieros y la soberanía en un obstáculo para la “confianza de los mercados”.

La república del carry trade

Ámbito Financiero tituló con precisión: “La república del carry trade”. Es decir, un país que se sostiene gracias a la especulación con tasas de interés y movimientos financieros de corto plazo, no a la producción ni al trabajo. La economía argentina —que alguna vez fue llamada “el granero del mundo”— es hoy un laboratorio de ingeniería financiera donde se experimenta con la vida de millones de argentinos.

En esta lógica, la moneda se vuelve un activo para la especulación y no un instrumento de desarrollo. La deuda se celebra como si fuera inversión, y la fuga de capitales se disfraza de apertura económica. El resultado es conocido: el endeudamiento crece, las reservas se evaporan y la economía real se achica, mientras una minoría vinculada al sistema financiero multiplica sus ganancias sin producir un solo bien tangible.

América Latina como campo de ensayo

La historia se repite con acentos distintos en toda la región. Desde las privatizaciones de los noventa hasta los actuales laboratorios libertarios, el capital financiero estadounidense ha visto en América Latina un territorio para la experimentación económica. Los bancos globales y los fondos de inversión no solo buscan rentabilidad: buscan disciplinar a los Estados, imponer un modelo de gobernanza en el que las decisiones políticas se subordinan a los dictados de la rentabilidad.

J.P. Morgan no es una institución cualquiera. Es el símbolo de un poder que no necesita ocupar territorios para dominar naciones. Basta con controlar sus flujos de crédito, sus monedas y sus reservas. Desde el endeudamiento argentino con los bonos de cien años durante el macrismo hasta la política actual de ajuste perpetuo, el hilo conductor es el mismo: convertir a la Argentina en un hedge fund con bandera y escudo.

La ilusión tecnocrática

El gobierno actual justifica estas decisiones bajo el argumento de la “eficiencia técnica”. Los ministros y secretarios son presentados como “profesionales del mercado” que saben cómo “ordenar las cuentas”. Pero detrás de ese tecnicismo se esconde una renuncia política: la idea de que la economía debe ser administrada por quienes la dominan desde el extranjero.

El resultado es un vaciamiento del Estado como herramienta de soberanía. La política se reduce a una serie de ecuaciones financieras, la democracia se vuelve decorativa y la independencia económica —uno de los pilares del pensamiento de Perón y de toda la tradición nacional y latinoamericanista— se disuelve entre planillas de cálculo y algoritmos de inversión.

¿Quién gobierna realmente?

No es descabellado afirmar que el verdadero poder hoy no reside en la Casa Rosada, sino en los despachos de J.P. Morgan y de los grandes fondos que especulan con la deuda argentina. Los funcionarios formados en esas estructuras replican, consciente o inconscientemente, su lógica: el interés del capital por encima del interés nacional.

Mientras tanto, los organismos multilaterales y los bancos de inversión celebran el “orden macroeconómico” de un país que retrocede socialmente, donde los salarios se pulverizan y la pobreza se multiplica. El capital financiero aplaude, pero la nación se desangra.

La alternativa latinoamericana

Frente a este panorama, América Latina debe recuperar el horizonte de soberanía económica y cooperación regional. La integración no puede limitarse a tratados comerciales; debe ser un proyecto político que devuelva a los pueblos el control de sus recursos, sus monedas y sus decisiones.

La región tiene memoria: el Banco del Sur, los intentos de moneda común, las alianzas energéticas y tecnológicas. Todos fueron caminos interrumpidos por el mismo poder que hoy regresa bajo nuevas formas. La tarea es reanudar esos caminos con decisión, conciencia y voluntad política.

Epílogo: recuperar la soberanía

La Argentina no es un hedge fund ni una república del carry trade. Es una nación con historia, con cultura y con un pueblo que ha sabido levantarse frente a los poderes imperiales. Lo que está en juego hoy no es solo el rumbo económico, sino la dignidad nacional.

Recuperar la soberanía implica recuperar el control sobre la moneda, la deuda, los recursos naturales y la política exterior. Implica también descolonizar la mente económica: dejar de medir el éxito de un país por el aplauso de los mercados y volver a medirlo por la felicidad de su pueblo.





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