¿Cómo se fabrica opinión en las redes?
Cómo operan las granjas de bots, las consultoras clandestinas y el nuevo poder electoral en las redes
En la última década, las redes sociales se convirtieron en uno de los principales campos de batalla de la política contemporánea. El espacio donde antes predominaban las discusiones espontáneas, la expresión ciudadana y la interacción directa entre usuarios, se transformó en un territorio intervenido por algoritmos, operadores profesionales, campañas psicológicas y estructuras invisibles capaces de alterar la conversación pública. Dentro de ese mundo, dos fuerzas destacan por su creciente impacto: las granjas de bots y las consultoras digitales clandestinas. Ambas son utilizadas para fabricar consenso, instalar narrativas y generar la ilusión de apoyo masivo hacia candidatos, políticas o movimientos. El fenómeno es global, pero su penetración en América Latina es particularmente dinámica y opaca. Este artículo explora cómo funcionan estas organizaciones, cuáles son sus límites y posibilidades, y por qué pueden ejercer un rol decisivo en elecciones contemporáneas, incluso sin estar vinculadas a las grandes empresas tecnológicas.
La evolución de los bots
Los primeros bots eran herramientas simples, programadas para publicar automáticamente mensajes estáticos o repetir consignas. Eran fáciles de detectar y carecían de capacidad para simular comportamientos humanos complejos. Sin embargo, con el desarrollo de la inteligencia artificial generativa y la automatización avanzada, los bots evolucionaron hasta convertirse en sistemas capaces de producir textos fluidos, emociones simuladas, tiempos de reacción variables y patrones de interacción que imitan la conducta de un usuario real promedio. Hoy existen bots con capacidad de leer tendencias, adaptar mensajes según el clima del debate y participar en conversaciones largas sin ser detectados por algoritmos de moderación.
Esta evolución transformó el rol de las granjas. Ya no se trata de miles de cuentas publicando un mensaje idéntico, sino de redes coordinadas de perfiles aparentemente auténticos que construyen un clima político emocional, agresivo o entusiasta alrededor de un candidato. La sofisticación de estos sistemas es tal que, aun cuando una plataforma elimina cientos de cuentas, la red suele regenerarse en pocas horas gracias a automatismos de creación y autenticación.
Granjas físicas y granjas virtuales
Existen dos tipos principales de granjas de bots. La primera es física, compuesta por salas repletas de teléfonos móviles conectados a paneles de control. Allí, un pequeño grupo de operadores maneja cientos o miles de cuentas simultáneamente, programando publicaciones, respuestas y acciones coordinadas. Este modelo es todavía común en partes de Asia, Europa del Este y América Latina, porque permite simular dispositivos verdaderos y evitar algunos filtros de seguridad.
El segundo modelo es completamente virtual y utiliza servidores en la nube capaces de simular miles de dispositivos. La identidad digital de cada acceso se crea mediante sistemas que replican variaciones en navegador, geolocalización, tiempo de uso y comportamiento típico del usuario. Una sola persona puede controlar flotas gigantescas de cuentas que actúan de forma autónoma pero dentro de parámetros preestablecidos. En muchas campañas políticas modernas, las granjas virtuales son las más utilizadas, ya que son más baratas, más escalables y más difíciles de rastrear.
Consultoras digitales clandestinas
A diferencia de las grandes compañías tecnológicas, que no pueden involucrarse de manera directa en operaciones para imponer candidatos, sí existe un ecosistema de pequeñas y medianas empresas especializadas en estrategias de influencia digital. En muchos casos funcionan como consultoras políticas encubiertas. Su oferta puede incluir desde el manejo de redes y diseño de contenidos hasta la dirección de campañas de manipulación informativa, la creación de granjas o la gestión de equipos humanos destinados a intervenir en debates online.
Estas consultoras trabajan con un lenguaje técnico que suaviza el carácter de sus servicios. No hablan de bots ni de manipulación, sino de optimización del alcance orgánico, posicionamiento digital, arquitectura de conversaciones, gestión reputacional y construcción de comunidades. Detrás de esa nomenclatura, y según el cliente, se esconde la capacidad de mover miles de cuentas en una dirección política. El volumen de operación puede ser pequeño para campañas locales o descomunal para elecciones nacionales donde haya intereses mayores, financiamiento externo o disputa estratégica.
Qué pueden hacer estas empresas
Una empresa mediana puede ofrecer a un candidato presidencial un paquete de operaciones compuesto por miles de cuentas automatizadas, decenas de operadores humanos dedicados a amplificar mensajes, software de monitoreo de tendencias y sistemas de inteligencia artificial que producen contenido emocional optimizado para cada segmento de audiencia.
Pueden instalar etiquetas, empujar climas políticos, intensificar polémicas, amplificar discursos favorables, atacar adversarios o saturar hashtags. Pueden simular euforia popular, sensación de hartazgo o indignación generalizada. Pueden convertir un tema menor en una tormenta nacional o desactivar una conversación peligrosa inundándola con información irrelevante.
Este tipo de operación suele combinar bots automatizados, cuentas humanas genuinas motivadas por afinidad ideológica y microinfluencers pagos. El resultado es una estructura híbrida donde la automatización genera volumen y la intervención humana aporta credibilidad.
Lo que no pueden hacer
Ninguna cantidad de bots puede votar. Tampoco puede modificar de manera directa la voluntad de un electorado sólido y altamente politizado. Lo que sí logra es intervenir en los sectores indecisos y en quienes consumen casi exclusivamente información a través de redes sociales. Para una parte significativa de la población, especialmente usuarios jóvenes o de consumo digital intensivo, la percepción del clima social no surge de medios masivos tradicionales, sino de lo que ven circular en sus plataformas.
El mecanismo es psicológico. La repetición de mensajes, la impresión de que “todo el mundo está hablando de esto”, la viralización constante y las respuestas múltiples generan una sensación de mayoría. En política, las mayorías percibidas influyen tanto como las mayorías reales. La idea de que un candidato está creciendo, ganando apoyo o conectando con la gente puede impactar a quienes no tienen una preferencia clara y evalúan opciones según el humor social aparente.
Técnicas principales de intervención
Existen varias modalidades operativas. Una de las más comunes es la amplificación masiva de hashtags. Las granjas disparan miles de publicaciones en segundos para colocar una etiqueta en tendencia. Una vez allí, usuarios reales la adoptan, los medios la mencionan y el tema adquiere visibilidad nacional.
Otra técnica consiste en inundar una conversación incómoda con contenido irrelevante hasta volverla inútil para los usuarios, lo que neutraliza el debate. También se utiliza el ataque coordinado contra cuentas específicas, ya sea para intimidarlas, deslegitimarlas o provocar reacciones emocionales que luego se viralizan como material político.
Pero la técnica más influyente es la repetición estratégica de marcos narrativos. No se trata solo de difundir mensajes, sino de imponer categorías interpretativas. Es diferente decir que un candidato “cometió errores” a decir que “revela un patrón de incapacidad”. Esa diferencia conceptual se instala mediante miles de cuentas repitiendo enfoques similares desde distintos ángulos. Cuando la narrativa se consolida, el público internaliza ese marco sin necesidad de recordar quién lo dijo primero.
El efecto sobre la opinión pública
La opinión pública contemporánea no existe como entidad homogénea, sino como suma de burbujas interconectadas donde la información circula de manera fragmentada. En ese contexto, quien logra dominar un segmento significativo puede influir sobre el resto mediante resonancia emocional.
Las granjas y consultoras clandestinas actúan precisamente en ese punto. No necesitan convencer a todo el país, solo a ciertos núcleos de usuarios estratégicos. Una vez que esos núcleos cambian su tono o su expectativa, el clima general puede desplazarse. La política se vuelve atmosférica: se gana cuando se impone un ambiente favorable.
Casos y patrones internacionales
Aunque no corresponde aquí señalar episodios específicos sin un análisis profundo, sí puede afirmarse que este tipo de operaciones se han registrado en diversas elecciones en América Latina, África, Europa y Asia. En algunos países se han detectado campañas completas cuyo núcleo operativo fue conducido por consultoras pequeñas registradas como empresas de marketing, pero dedicadas en realidad a operaciones de influencia.
En otras ocasiones, las campañas combinan infraestructura local con asesoramiento extranjero, especialmente cuando hay intereses geopolíticos en juego. El resultado es una mezcla de tecnología, psicología social y estrategia política que opera a velocidades muy por encima de la dinámica institucional tradicional.
El papel de los usuarios intensivos de redes
Una parte importante del éxito de estas operaciones depende de personas que pasan muchas horas conectadas. Su percepción del país está moldeada casi exclusivamente por la actividad digital. Para estos usuarios, lo que ocurre en las redes es lo que ocurre en la realidad. Si ven un clima de entusiasmo, lo interpretan como real. Si perciben indignación masiva, también la dan por verdadera.
Este mecanismo es clave, porque son los usuarios intensivos quienes producen más contenido, comentan más, propagan más y por lo tanto refuerzan el efecto inicial de las granjas. En muchos casos, la operación calcula que la amplificación humana superará rápidamente el impulso artificial inicial, creando un efecto dominó que ya no necesita intervención.
El límite de la manipulación
Aunque poderosas, estas técnicas tienen límites. La realidad económica, la experiencia cotidiana del votante y los medios tradicionales aún ejercen influencia. Ninguna campaña digital puede revertir una crisis profunda ni fabricar una popularidad inexistente. Lo que sí puede es manipular percepciones en momentos clave, enfriar escándalos, amplificar aciertos o desacreditar opositores. En elecciones muy ajustadas, ese margen de influencia puede ser decisivo.
Hacia dónde evoluciona este fenómeno
La tendencia apunta a una integración cada vez mayor entre automatización, análisis de datos y estrategias psicológicas. La inteligencia artificial generativa permitirá que las cuentas automatizadas produzcan contenido altamente personalizado. Las plataformas de simulación emocional permitirán adaptar los mensajes según el estado anímico percibido del usuario. Y las granjas virtuales podrán operar con mayor sigilo, imitando identidades digitales completas.
Al mismo tiempo, los gobiernos y las plataformas intentarán mejorar la detección de operaciones de influencia. Sin embargo, la carrera es desigual. Las consultoras clandestinas son más pequeñas, más ágiles, menos reguladas y mucho más innovadoras. Mientras tanto, la política tradicional se verá cada vez más obligada a entender que la disputa electoral ya no se libra solo en plazas, medios o debates, sino también en un territorio digital donde el tamaño real de una comunidad es menos importante que su capacidad de parecerlo.
Conclusión
Las grandes empresas tecnológicas no necesitan ofrecer servicios explícitos para imponer candidatos. Su influencia es estructural, basada en algoritmos y decisiones internas. Pero el verdadero actor emergente es otro: la industria privada, discreta y descentralizada de consultoras pequeñas y medianas que manejan granjas, bots, sistemas de automatización y operaciones psicológicas. Este ecosistema es capaz de moldear percepciones, alterar debates y generar climas sociales que inciden en la conducta electoral, especialmente entre usuarios intensivos de redes.
Su poder reside en la invisibilidad. Cuando los votantes creen estar observando un consenso espontáneo, en realidad pueden estar frente a la obra de un puñado de operadores digitales. Y cuando un candidato parece crecer repentinamente, puede ser el resultado de una campaña cuidadosamente diseñada para simularlo. En la política del siglo XXI, la disputa por el poder es también una disputa por la percepción, y en ese terreno las granjas y consultoras clandestinas se han convertido en actores clave del tablero geopolítico informacional.

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