Nayib Bukele y el poder del pragmatismo: por qué Estados Unidos tolera al presidente salvadoreño
En el tablero geopolítico latinoamericano hay figuras que se
imponen no por el tamaño de sus países, sino por la audacia con que desafían
las reglas del juego. Nayib Bukele, presidente de El Salvador desde 2019, es
uno de ellos. En apenas unos años pasó de ser un outsider digital a
transformarse en el líder más popular de América Latina, mientras Estados
Unidos —tan celoso de sus equilibrios regionales— lo observa con una mezcla de
recelo y conveniencia.
Bukele critica abiertamente a Washington, desprecia a la
prensa internacional y gobierna con mano de hierro bajo un régimen de
excepción. Sin embargo, no ha sido desplazado ni castigado con dureza. Su
secreto radica en una ecuación que EE. UU. conoce bien: mientras sirvas a los
intereses estratégicos, tus excesos internos pueden ser tolerados.
El Salvador antes de Bukele: violencia, corrupción y
desesperanza
Durante décadas, El Salvador fue sinónimo de violencia.
Desde el fin de la guerra civil en 1992, el país vivió bajo el dominio de las
pandillas —las maras Salvatrucha (MS-13) y Barrio 18—, organizaciones
criminales que surgieron entre la pobreza y la falta de oportunidades. La
política, incapaz de ofrecer soluciones reales, se convirtió en parte del
problema.
Los dos partidos tradicionales, la Alianza Republicana
Nacionalista (ARENA) y el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional
(FMLN), alternaron el poder entre acusaciones de corrupción, clientelismo y
fracaso social. En 2015, el país alcanzó 103 homicidios por cada 100.000
habitantes, una de las tasas más altas del mundo. La gente vivía con miedo,
las empresas cerraban y miles de familias huían rumbo a Estados Unidos.
La inseguridad, la pobreza y la falta de confianza en las
instituciones erosionaron la legitimidad de los gobiernos. La mayoría de los
salvadoreños ya no creía en la política, sino en quien prometiera orden, aunque
fuera a cualquier precio.
El ascenso del outsider digital
Bukele emergió en ese vacío. Hijo de un empresario
palestino-salvadoreño, comenzó su carrera como alcalde de Nuevo Cuscatlán y
luego de San Salvador, donde cultivó una imagen moderna, tecnológica y rebelde
frente a los partidos tradicionales. Fue expulsado del FMLN por “indisciplina”,
y en 2019 fundó su propio movimiento, Nuevas Ideas, con el que ganó la presidencia
con el 53 % de los votos.
Desde el principio entendió el poder de la comunicación
directa. Despreció los canales institucionales y convirtió las redes sociales
—especialmente Twitter— en su principal herramienta de gobierno. “Nosotros
gobernamos desde Twitter”, llegó a decir. Su estética política se apoyó en la
juventud, el lenguaje coloquial y una narrativa antiélite que conectó con una
población harta de promesas vacías.
Para muchos salvadoreños, Bukele no era un político: era
“uno de ellos”, alguien dispuesto a enfrentarse al sistema.
La guerra contra las maras: del terror al control absoluto
El verdadero punto de inflexión llegó en marzo de 2022,
cuando decretó el Régimen de Excepción tras una ola de asesinatos
atribuidos a las pandillas. Con esa medida, suspendió derechos constitucionales
básicos: libertad de reunión, derecho a la defensa, y control judicial sobre
las detenciones. En poco más de dos años, más de 80.000 personas fueron
arrestadas.
El gobierno inauguró el Centro de Confinamiento del
Terrorismo (CECOT), una gigantesca prisión con capacidad para 40.000
reclusos. Las imágenes de hombres tatuados, semidesnudos y encadenados,
difundidas por el propio Bukele, recorrieron el mundo. Para sus seguidores, era
el símbolo del orden restaurado. Para los críticos, una puesta en escena
autoritaria.
El impacto interno fue inmediato. En 2023, El Salvador
registró una tasa de 2,4 homicidios por cada 100.000 habitantes, una de las
más bajas de América Latina. Los barrios antes controlados por las maras quedaron
en manos del ejército y la policía. El turismo creció y los comercios volvieron
a abrir. Bukele alcanzó niveles de aprobación superiores al 80 %.
Sin embargo, organizaciones como Human Rights Watch y Amnistía Internacional denunciaron "detenciones arbitrarias, torturas,
desapariciones y muertes bajo custodia estatal". También documentaron casos de
menores y personas inocentes encarceladas sin juicio.
La respuesta de Bukele fue desafiante:
“Los mismos que callaron ante 120 homicidios diarios ahora
critican que los criminales estén en prisión.”
El mensaje fue claro: los derechos humanos no pueden
anteponerse a la seguridad.
La consolidación del poder
En febrero de 2024, Bukele fue reelegido con más del 85 % de
los votos, amparado en una reinterpretación de la Constitución realizada por
una Corte Suprema afín. Sus diputados dominan la Asamblea Legislativa, y la
oposición prácticamente ha desaparecido.
Su estilo de gobierno mezcla carisma personal, propaganda
digital y concentración institucional. Los jueces críticos fueron reemplazados,
los medios independientes enfrentan presiones fiscales y los periodistas que
investigan abusos han sido vigilados con el software Pegasus.
Bukele se autodefine como “el dictador más cool del mundo”.
Lo dice con ironía, pero también como desafío. Su popularidad interna lo
protege de las críticas externas, y sus resultados en materia de seguridad lo
legitiman ante una población que durante años vivió aterrorizada.
El pragmatismo de Washington
La pregunta que surge es inevitable: ¿por qué Estados Unidos
tolera un modelo que vulnera libertades fundamentales y desafía abiertamente su
influencia?
La respuesta es pragmática. Para Washington, la
estabilidad y la reducción de la migración irregular pesan más que los
principios democráticos.
Durante el gobierno de Joe Biden, el principal objetivo en
Centroamérica ha sido frenar el flujo migratorio hacia el norte. El Salvador,
bajo Bukele, pasó de ser uno de los mayores emisores de migrantes a un país
relativamente estable. Las detenciones masivas, aunque cuestionadas, contribuyeron
a ese resultado.
Además, Bukele mantiene cooperación en materia de
seguridad e inteligencia con agencias estadounidenses. No ha roto vínculos
con Washington ni ha buscado un alineamiento ideológico con China o Rusia,
aunque sí ha recibido inversiones chinas y jugado con la idea de adoptar el
bitcoin como moneda nacional, lo que generó tensiones momentáneas.
Desde el punto de vista geopolítico, El Salvador cumple una
función útil: contener la migración, evitar un nuevo foco de inestabilidad y
mantener cierta previsibilidad económica. En ese contexto, las críticas
estadounidenses se vuelven moderadas, casi protocolarias.
Las controversias internacionales
Los organismos internacionales han señalado con insistencia
el deterioro institucional en El Salvador. La Comisión Interamericana de
Derechos Humanos (CIDH), la ONU y la OEA han pedido restablecer las
garantías constitucionales y liberar a los detenidos sin pruebas.
En 2023, la administración Biden incluyó a varios
funcionarios salvadoreños en la “Lista Engel”, que sanciona a figuras acusadas
de corrupción o violaciones a los derechos humanos. Sin embargo, las sanciones
fueron simbólicas y no afectaron al núcleo del poder bukelista.
El Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial continúan negociando préstamos y programas con su gobierno. Ninguna institución
parece dispuesta a aislar económicamente a un país que, por primera vez en
décadas, ofrece estabilidad política y baja criminalidad.
En el juego regional, Bukele se ha convertido en un ejemplo
para otros líderes que observan su modelo con interés. Presidentes y candidatos
de derecha en Honduras, Guatemala y República Dominicana lo presentan como
referencia de “eficacia” frente a la inseguridad.
Una diplomacia de doble filo
Bukele cultiva una relación ambivalente con Estados Unidos.
Ha acusado a congresistas demócratas de financiar a sus opositores y ha
ironizado sobre la injerencia de Washington en los asuntos internos
salvadoreños. A la vez, mantiene relaciones fluidas con la embajada y con
sectores del Partido Republicano, especialmente con simpatizantes de Donald
Trump.
Esa oscilación le permite moverse con autonomía y
presentarse como un líder soberano que no depende de nadie. Su narrativa
combina nacionalismo con pragmatismo económico: critica al “imperio” mientras
negocia inversiones y cooperación técnica.
Para Washington, Bukele representa un dilema clásico.
Condenar abiertamente sus métodos podría empujarlo hacia China, pero apoyarlo
sin reservas debilitaría el discurso de defensa de la democracia que EE. UU.
intenta sostener en la región. Por ahora, la política estadounidense parece
elegir el silencio útil.
El espejo regional
El fenómeno Bukele va más allá de El Salvador. Refleja el cansancio de las sociedades latinoamericanas frente a la inseguridad, la corrupción y la ineficacia estatal. Su éxito demuestra que buena parte de la población está dispuesta a sacrificar libertades civiles si a cambio obtiene paz y orden.
Esa tendencia inquieta porque puede replicarse en países con instituciones más frágiles. En nombre de la seguridad, se normaliza el autoritarismo. Y bajo el aplauso popular, se debilitan los contrapesos democráticos.
Sin embargo, sería un error reducir el fenómeno a una simple
deriva dictatorial. Bukele ha sabido leer las demandas sociales y convertirlas
en una narrativa nacionalista de eficacia. Su poder se sostiene tanto en los
resultados como en la conexión emocional con un pueblo cansado del miedo.
Reflexión final: el poder del pragmatismo
Nayib Bukele gobierna un país pequeño, pero ha comprendido una lección que muchos líderes ignoran: en la política internacional, la utilidad pesa más que la ideología. Mientras su modelo garantice orden interno, reduzca la migración y mantenga cierta estabilidad económica, seguirá siendo tolerado por Washington.
No es el primer caso. Durante la Guerra Fría, dictaduras que violaban sistemáticamente los derechos humanos, fueron aliadas de Estados Unidos y "perdonadas" por razones estratégicas. Hoy, en una versión posmoderna de ese pragmatismo, Bukele ocupa ese lugar.
La paradoja es que su poder depende tanto de su éxito como de su funcionalidad. Si El Salvador deja de ser útil —si el control se convierte en represión incontrolable, si el país cae en crisis económica o si emerge un escándalo internacional— la tolerancia podría desvanecerse.
Por ahora, el silencio de Washington confirma que Bukele encarna un nuevo tipo de liderazgo latinoamericano: fuerte, popular y hábil en el arte del equilibrio. Su fuerza no proviene solo del miedo a las maras, sino de la debilidad de las democracias que lo rodean.
En una región donde la seguridad se ha vuelto un lujo, el
pragmatismo es la moneda de cambio. Bukele lo sabe. Washington también.
Fuentes
* BBC Mundo: “Bukele: cómo el presidente de El Salvador
logró la mayor popularidad de América Latina” (2024)
* El País (España): “El Salvador, el laboratorio del
autoritarismo digital de Bukele” (2023)
* Deutsche Welle (DW): “Denuncias de torturas y muertes bajo
custodia en El Salvador” (2023)
* Infobae: “El Salvador reduce homicidios pero enfrenta
críticas por abusos en el régimen de excepción” (2024)
* Amnistía Internacional: Informe sobre El Salvador (2023)
* Human Rights Watch: “El Salvador: el régimen de excepción
viola derechos fundamentales” (2024)
* La Nación (Argentina): “La fórmula Bukele seduce a América
Latina” (2024)
* Agencia EFE: “Bukele asume la reelección con control
absoluto del poder” (2024)


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