Operación Paperclip: el arca secreta de científicos nazis que reconfiguró el poder estadounidense

 

Treinta y nueve de los científicos nacidos en Alemania que trabajaban en el Arsenal Redstone de Estados Unidos , junto con las esposas de dos de los integrantes del grupo de la Operación Paperclip, juraron como ciudadanos estadounidenses en una ceremonia de naturalización celebrada en 1954.
Fuente: Commons.wikimedia


La historia oficial de la posguerra tiende a dividir el mundo entre vencedores y vencidos, democracia y totalitarismo, justicia y barbarie. Pero bajo la superficie de los juicios de Núremberg, de las imágenes de la reconstrucción europea y de la retórica moral del mundo libre, existió un programa clandestino que contradijo de manera radical ese relato. Fue la Operación Paperclip, un proyecto impulsado por la Oficina de Servicios Estratégicos (OSS), el Departamento de Guerra de Estados Unidos y, más tarde, por agencias vinculadas al Pentágono y a la recién creada CIA. Su objetivo nunca fue la justicia, sino la captura acelerada de inteligencia técnica, científica y militar del Tercer Reich. Y su método fue trasladar a cientos y luego miles de científicos nazis hacia territorio estadounidense, borrar o suavizar sus expedientes, y ponerlos a trabajar para el desarrollo industrial-militar del país en plena gestación de la Guerra Fría.

Fue una operación silenciosa que cambió de raíz la historia del poder tecnológico, militar y espacial estadounidense. Sin ella, empresas como Bell Aircraft Corporation, Lockheed, North American Aviation, General Electric, Boeing o empresas contratistas del Pentágono no habrían tenido acceso inmediato a conocimientos de punta en cohetería, propulsión, aviación supersónica, medicina aeronáutica y misiles balísticos. Y sin ella, instituciones como la NASA, el Army Ballistic Missile Agency o el Jet Propulsion Laboratory habrían tardado décadas en alcanzar los logros que hoy se consideran parte del orgullo nacional.

Sin embargo, el costo fue moral y político. Trasladar a esas personas implicó pactar con ingenieros, médicos y oficiales que habían integrado la SS, habían dirigido fábricas con trabajo esclavo, o habían supervisado experimentos humanos en campos de concentración. El nombre Paperclip proviene precisamente del clip de papel que los funcionarios estadounidenses colocaban en los expedientes para identificar a los científicos cuyos antecedentes debían ser borrados o reescritos para facilitar su ingreso.

Conocer qué fue realmente la Operación Paperclip implica desarmar esas capas de silencio, revelar nombres, instituciones y consecuencias geopolíticas. No fue un episodio aislado, sino un reacomodamiento estratégico entre dos superpotencias que emergían de la guerra: Estados Unidos y la Unión Soviética. Ambas necesitaban apoderarse de la ciencia alemana. El primero lo hizo en secreto; el segundo en forma masiva y sin disimular. Pero la diferencia es que la potencia norteamericana forjó un relato público de excepcionalismo moral mientras incorporaba a figuras centrales del aparato técnico nazi a sus laboratorios, bases militares y empresas contratistas.

La génesis de la operación comenzó incluso antes de que terminara la guerra. A medida que el Tercer Reich se desmoronaba, equipos estadounidenses identificaron fábricas, institutos de investigación y laboratorios militares alemanes. Era evidente que Alemania había desarrollado tecnologías que superaban en décadas los avances aliados, especialmente en misiles, aviación a reacción y guerra biológica. El misil V-2, diseñado bajo el liderazgo técnico de Wernher von Braun en el complejo de Peenemünde, representaba una revolución militar. Fue el primer misil balístico de largo alcance de la historia y llegó a alcanzar Londres y Amberes. Su producción utilizó mano de obra esclava del campo de concentración de Mittelbau-Dora, donde murieron al menos 20.000 prisioneros. Von Braun no solo sabía esto: era, además, miembro del Partido Nazi y ostentaba el rango de Sturmbannführer en las SS.

Wernher von Braun
Fuente: Commons.wikimedia

A pesar de estos antecedentes, von Braun se convirtió en uno de los científicos estrella de Estados Unidos. Primero fue llevado al Fort Bliss, luego al Redstone Arsenal en Alabama, y finalmente se convirtió en la figura clave del Marshall Space Flight Center, bajo la órbita de la NASA. Sin él, el programa Apolo no habría sido posible. Y sin el Saturn V, cuya arquitectura llevó la impronta de varios de sus colegas de la Alemania nazi, la llegada del hombre a la Luna no habría ocurrido en 1969.

El caso de von Braun es apenas el comienzo. Otro nombre significativo fue Arthur Rudolph, director de producción del V-2. En Estados Unidos se convirtió en gerente del programa Saturn V y trabajó para firmas vinculadas al desarrollo aeroespacial como Chrysler Corporation, que tenía contratos con el gobierno federal para la integración de misiles balísticos. Rudolph permaneció décadas en Estados Unidos hasta que investigaciones del Departamento de Justicia en los años ochenta revelaron su implicación directa en el sistema de trabajo esclavo nazi. Para evitar un juicio y posible deportación, renunció a su ciudadanía y se marchó voluntariamente a Alemania.

 

Arthur Rudolph
Fuente: Commons.wikimedia

Hubertus Strughold, un médico vinculado a experimentos humanos en Dachau, llegó a ser conocido en Estados Unidos como el padre de la medicina espacial. Trabajó en el School of Aviation Medicine de la Fuerza Aérea, una institución que más tarde sería absorbida por estructuras que cooperaron directamente con la NASA. Hasta la década de 2000, premios y laboratorios llevaban su nombre. Solo cuando se reabrieron archivos históricos se reconoció su vínculo con crímenes de guerra, y algunos homenajes fueron retirados.

Otro científico trasladado fue Kurt Debus, que integró las SS y trabajó codo a codo con von Braun en Peenemünde. En Estados Unidos se convirtió en el primer director del Kennedy Space Center, un cargo de enorme responsabilidad institucional. Wenher von Braun mismo lo recomendó, y su relación con empresas como North American Aviation y Boeing fue determinante para la coordinación del programa lunar.

Walter Dornberger, general nazi a cargo del programa de misiles, fue llevado a trabajar para Bell Aircraft Corporation, una empresa privada estadounidense que desarrolló el avión a reacción Bell X-1, el primero en romper la barrera del sonido. En sus memorias, Dornberger relató cómo su experiencia en la Alemania nazi fue aprovechada sin reservas por el complejo militar-industrial estadounidense.

Si bien Paperclip se concentra en los científicos, hubo programas paralelos que incorporaron a figuras como Reinhard Gehlen. Gehlen fue jefe de inteligencia militar nazi en el Frente Oriental. Su organización, la Gehlen Organization, fue absorbida por la CIA y se convirtió en el núcleo del Bundesnachrichtendienst (BND), el servicio de inteligencia de Alemania Occidental. Durante años, decenas de oficiales nazis trabajaron dentro de estructuras financiadas por Estados Unidos, en un proceso de reciclaje que contribuyó a la lógica de la Guerra Fría: el enemigo ya no era el nazismo, sino la Unión Soviética.

El traslado de los científicos fue masivo. La cifra inicial de 1.600 científicos es una estimación conservadora. Con sus familiares, se calcula que llegaron entre 3.500 y 6.000 personas. Y si se suman investigadores, técnicos y colaboradores que ingresaron bajo programas derivados, el número total podría superar los 10.000. El gobierno estadounidense utilizó instituciones militares como Fort Bliss, Wright Field, White Sands Proving Grounds y la Army Chemical Corps para distribuir a los distintos especialistas. Varias universidades también participaron, como el Massachusetts Institute of Technology (MIT) y la University of Texas, que recibieron científicos bajo contratos financiados por el gobierno.

El área de guerra química y biológica fue otro campo sensible. La instalación de Fort Detrick, hogar del Biological Warfare Laboratories del Ejército, recibió a especialistas como Kurt Blome, quien había admitido durante su interrogatorio estar trabajando en armas biológicas para el Tercer Reich. Blome fue absuelto en los juicios de Núremberg tras intervención estadounidense y más tarde incorporado a investigaciones encubiertas. Las denuncias posteriores sugieren que sus aportes influyeron en proyectos de experimentación humana ligados a MK-Ultra y otros programas secretos.

La idea de que Estados Unidos se convirtió en refugio de criminales de guerra no es solamente una acusación moral. Existen documentos desclasificados desde la década de 1980, y especialmente a partir de 2005, que demuestran que el Joint Intelligence Objectives Agency (JIOA) alteró expedientes de manera sistemática para borrar afiliaciones nazis o responsabilidades directas en crímenes. Estos documentos, liberados por el Departamento de Defensa y la CIA, muestran anotaciones, tachaduras, reconstrucciones y reemplazos de hojas enteras dentro de los archivos personales de los científicos.

La directiva del presidente Harry Truman de septiembre de 1945, que prohibía expresamente reclutar a nazis comprometidos o simpatizantes, fue ignorada por los jefes del Departamento de Guerra. Funcionarios como el general Holger Toftoy, figura clave en la captura de los equipos de Peenemünde, presionaron para que los antecedentes fueran limpiados. En varios casos, agentes estadounidenses se reunieron con los científicos antes de que las tropas soviéticas pudieran capturarlos, lo que generó tensiones dentro del propio mando aliado.

La Unión Soviética no se quedó atrás. Con su Operación Osoaviakhim, capturó a más de 2.200 científicos alemanes y los trasladó a laboratorios en Moscú, Samara y otras ciudades. Pero la diferencia esencial fue el tratamiento político: los soviéticos no intentaron encubrir el pasado nazi de sus científicos. Los estadounidenses sí, por razones de imagen internacional y de legitimidad moral.

Paperclip no solo cambió la historia del programa espacial y militar. También transformó el sector privado estadounidense. Empresas como Lockheed, General Electric, North American Aviation, Convair y Boeing se vieron beneficiadas indirectamente por la transferencia de conocimiento y por la disponibilidad de especialistas capaces de liderar equipos enteros de investigación avanzada. Incluso compañías como Jacobs Engineering Group y la Ford Instrument Company, que tenían contratos con la Marina, absorbieron técnicos y matemáticos provenientes del Reich sin que el público lo supiera.

El impacto geopolítico fue enorme. En lugar de destruir el aparato científico nazi, Estados Unidos lo reorientó para luchar una nueva guerra: la Guerra Fría. La lógica fue pragmática y brutal: si los conocimientos de estos hombres podían servir para derrotar a la Unión Soviética, entonces sus crímenes podían ser ignorados o minimizados. Fue una decisión que comprometió la ética estadounidense durante décadas. Al mismo tiempo, impulsó al país hacia una supremacía tecnológica que todavía mantiene.

Muchos de los protagonistas vivieron el resto de su vida en Estados Unidos, con posiciones prestigiosas y salarios estatales. Otros retornaron a Alemania Occidental, donde se integraron a empresas como Messerschmitt-Bölkow-Blohm (MBB), Daimler-Benz Aerospace o instituciones como el Fraunhofer Institute. La red que surgió de Paperclip se extendió durante generaciones y moldeó no solo el programa espacial estadounidense, sino también el desarrollo de cohetes en Europa.

La Operación Paperclip no puede entenderse sin considerar la obsesión estadounidense por crear un aparato militar-tecnológico imbatible. El Pentágono, la CIA, la Fuerza Aérea, la NASA y empresas contratistas como Rocketdyne, Aerojet General, McDonnell Douglas y Raytheon se convirtieron en nodos de un ecosistema que integró sin problemas a ex nazis reciclados como expertos. La narrativa pública hablaba de libertad y democracia. Pero las decisiones estratégicas operaban con otro criterio: eficacia, velocidad, competencia y supremacía.

Hoy, al revisar los documentos desclasificados, los nombres, las trayectorias y las instituciones involucradas, queda claro que Paperclip fue uno de los mayores actos de pragmatismo geopolítico del siglo XX. Una operación que cambió el rumbo de la ciencia, la tecnología y el equilibrio mundial del poder, a costa de incorporar al corazón del Estado a hombres cuya historia había nacido en uno de los regímenes más oscuros de la humanidad.


Fuentes

• Archivo Nacional de Estados Unidos, documentos desclasificados sobre la Operación Paperclip

• Centro Simon Wiesenthal, investigaciones sobre científicos nazis en América

• BBC Mundo, reportajes históricos sobre Paperclip

• El País, dossier sobre Wernher von Braun y el programa espacial estadounidense

• La Vanguardia, artículos sobre la transferencia de científicos alemanes tras la Segunda Guerra Mundial


Comentarios