Pedro Castillo: el presidente que creyó que bastaba con el pueblo
Durante siglos, el Perú ha sido un país profundamente
fracturado entre la Lima blanca, centralista y oligárquica, y el resto del
territorio andino, mestizo, campesino e indígena. En 2021, por primera vez, ese
“otro Perú” llegó al poder encarnado en Pedro Castillo Terrones: un maestro
rural de Cajamarca, sindicalista, sin fortuna ni apellidos ilustres. Su
victoria electoral fue un grito de rebeldía de los olvidados. Pero su caída, un
año y medio después, mostró con crudeza hasta dónde llega la resistencia de las
élites a perder un centímetro de sus privilegios.
El maestro que llegó sin partido ni estrategia
Castillo emergió del anonimato tras liderar la huelga magisterial de 2017. Representaba la honestidad sencilla, el sentido común del campo, y un discurso directo que hablaba de dignidad más que de ideología. Su campaña, apoyada en el partido Perú Libre de Vladimir Cerrón, prometía refundar el Estado, convocar una Asamblea Constituyente y “no más pobres en un país rico”.
Sin embargo, desde el inicio su gobierno fue un archipiélago de improvisaciones. Cambió más de setenta ministros en menos de dos años, incapaz de consolidar un equipo político estable. Los gremios y movimientos sociales que lo apoyaron quedaron afuera de las decisiones. Y el Congreso, dominado por una derecha implacable, convirtió cada sesión en un campo de batalla para destituirlo.
Castillo confundió legitimidad con poder. Creyó que el
respaldo popular era suficiente para sostener un gobierno sin alianzas, sin
estructura y sin estrategia. No comprendió que en Lima el poder real está en
las redes económicas, mediáticas y judiciales que actúan con una coordinación
invisible pero eficaz.
Un país que no tolera a sus propios hijos
En Perú, las élites no han aceptado nunca que el campesinado, los maestros rurales o los pueblos andinos puedan gobernar. El solo hecho de que un hombre de sombrero chotano ocupara el sillón de Pizarro fue, para muchos, una afrenta. Desde el primer día, la prensa limeña lo ridiculizó; los analistas lo llamaron “incapaz”; los jueces abrieron causas a ritmo vertiginoso.
La figura de Castillo se transformó en el blanco de una
guerra cultural. Las clases dominantes necesitaban demostrar que un “profesor
del campo” no estaba preparado para dirigir el Estado. Y el propio Castillo, al
carecer de asesoramiento técnico y de experiencia, les facilitó el trabajo.
El vacío geopolítico: un error fatal
Su error más profundo fue no leer el tablero regional. Mientras América Latina vivía un nuevo ciclo progresista con AMLO, Petro, Boric, Arce y Lula, Castillo permaneció aislado. No buscó alianzas diplomáticas ni respaldo internacional que pudiera amortiguar la ofensiva interna. No se acercó a la OEA, ni a la CELAC, ni a los mecanismos de integración sudamericana.
En lugar de pensar su gobierno en clave geopolítica, lo
concibió como una prolongación del sindicalismo rural: una lucha moral, no
estratégica. Creyó que su sola presencia en el poder era una victoria
suficiente. Pero en un continente donde la estabilidad depende tanto de la
política exterior como de la interna, ese aislamiento resultó letal.
El autogolpe fallido y el fin del sueño
El 7 de diciembre de 2022, acorralado por un Congreso que preparaba su destitución, Castillo anunció por televisión la disolución del Parlamento y la instauración de un “gobierno de emergencia nacional”. Fue su último acto y el más torpe. Sin apoyo militar, sin base política y sin estrategia, quedó solo. Horas después fue arrestado camino a la embajada de México.
Su vicepresidenta, Dina Boluarte, asumió el poder con el
respaldo del Congreso y de las Fuerzas Armadas. La represión de las protestas
en su contra dejó más de 60 muertos, la mayoría campesinos del sur andino. Así
terminó el breve sueño de un gobierno popular que quiso desafiar al sistema sin
comprender su lógica.
Un símbolo que aún incomoda
Hoy Pedro Castillo sigue preso, pero su figura sobrevive como símbolo. Para una parte del Perú, representa la prueba de que las élites pueden destituir a cualquier presidente que no provenga de sus filas. Para otros, fue un dirigente ingenuo y corrupto, incapaz de gobernar.
Lo cierto es que su experiencia revela algo más profundo: el límite estructural de las democracias latinoamericanas, donde los votos pueden elegir, pero el poder real sigue concentrado.
Castillo creyó que bastaba el pueblo. No entendió que, en
América Latina, la voluntad popular necesita traducirse en estrategia, alianzas
y visión geopolítica. Sin eso, el poder se evapora, y los sueños del pueblo
vuelven al silencio del que vinieron.
- BBC Mundo, “Cómo fue el fin del gobierno de Pedro
Castillo”
- El País, “El autogolpe fallido de Castillo y la fractura
peruana”
.png)
Comentarios
Publicar un comentario