¿Quién gana cuando bajan los valores de glucosa y colesterol?
Durante las últimas dos décadas, millones de personas en todo el mundo pasaron de ser consideradas “sanas” a ser clasificadas como prediabéticas, dislipidémicas o en alto riesgo cardiovascular. Pero este movimiento no ocurrió porque los cuerpos humanos se modificaran repentinamente, ni porque surgiera una evidencia científica incuestionable, sino porque un grupo de instituciones médicas, en su mayoría de Estados Unidos, decidió bajar los valores considerados “normales” para la glucosa y el colesterol. La consecuencia fue tan inmediata como predecible: más diagnósticos, más tratamientos y un crecimiento extraordinario de las ganancias de la industria farmacéutica global.
Desde una mirada geopolítica, este fenómeno revela algo más profundo: la capacidad de Estados Unidos para fijar estándares médicos que luego se exportan al resto del mundo, y la influencia que grandes corporaciones farmacéuticas ejercen sobre organismos médicos, científicos e incluso sobre la propia Organización Mundial de la Salud.
Aquí presentamos un análisis integral del proceso que llevó
a medicalizar a poblaciones enteras.
El origen: no fue la OMS, fue la American Diabetes Association y las sociedades cardiológicas estadounidenses
Contrariamente a lo que suele creerse, la OMS no lideró la reducción de los valores normales de glucosa ni de colesterol. Quien tomó la delantera fue la American Diabetes Association (ADA) en 2003, cuando redujo el umbral de glucosa en ayunas para considerar un estado normal. Pasó de 110 mg/dL a 100 mg/dL, agregando instantáneamente millones de personas al diagnóstico de “prediabetes”.
Con el colesterol ocurrió algo similar. Las guías del National Cholesterol Education Program (NCEP) y luego las de la American Heart Association (AHA) fueron bajando progresivamente los niveles aceptables de LDL. Los valores que en los años 90 se consideraban normales hoy son vistos como “riesgosos”, y en personas con antecedentes cardíacos se recomienda incluso mantener el LDL por debajo de 70 mg/dL.
La OMS nunca fijó metas tan agresivas. Pero en la práctica,
sus recomendaciones quedaron eclipsadas por la hegemonía científica,
tecnológica y médica de Estados Unidos. Lo que dictan sus sociedades médicas
termina volviéndose estándar global.
La expansión del mercado: cuando un número cambia, miles de millones cambian de bolsillos
Cuando se baja un valor de referencia, la población bajo tratamiento potencial crece automáticamente. Es matemática básica, pero también es geopolítica económica.
Los mercados farmacéuticos asociados a estas patologías son gigantescos. El negocio de las estatinas, por ejemplo, mueve cada año decenas de miles de millones de dólares. Cada punto porcentual adicional de pacientes incluidos en las categorías de riesgo por cambios en las guías significa un aumento gigantesco en ventas. Y esto sin contar las nuevas generaciones de fármacos más caros, como los inhibidores de PCSK9.
Lo mismo ocurre con la diabetes. Si antes ser “prediabético”
empezaba en 110, y hoy empieza en 100, millones de personas pasan a ser
pacientes en vigilancia y, eventualmente, consumidores de medicación. Esto no
implica solo dinero para medicamentos: implica estudios, análisis de
laboratorio, consultas especializadas y tecnologías asociadas al monitoreo.
El complejo médico-farmacéutico estadounidense: poder blando, influencia dura
La pregunta inevitable es: ¿estos cambios fueron estrictamente científicos o también económicos?
La respuesta, desde la geopolítica, es clara: ambos factores conviven, pero no en igualdad de jerarquías.
Estados Unidos controla:
• la mayor parte de la investigación clínica global
• las principales revistas científicas
• las farmacéuticas más grandes
• las instituciones médicas de mayor prestigio
• la narrativa científica dominante
El resultado es que cualquier guía aprobada por sus
sociedades termina siendo adoptada, directa o indirectamente, por médicos de
todo el mundo. Incluso en países donde la situación epidemiológica es distinta,
donde la alimentación es distinta y donde los sistemas de salud no padecen las
mismas enfermedades estructurales que en Estados Unidos.
La OMS: autoridad global, presupuesto frágil
La OMS tiene autoridad moral, pero no tiene presupuesto propio. Depende de donaciones, muchas de ellas condicionadas. Entre sus mayores financiadores figuran Estados Unidos, la Unión Europea, la Fundación Bill y Melinda Gates y algunas grandes corporaciones a través de asociaciones público-privadas.
Esto hace que la OMS tienda a alinearse, aunque no siempre
de modo explícito, con la matriz conceptual que domina el mundo médico
occidental. Si bien no impuso los valores bajos de glucosa y colesterol,
tampoco los cuestionó con fuerza. Y el silencio, en estos casos, también tiene
un impacto geopolítico.
El resultado: sociedades enteras bajo la sombra del diagnóstico
Hoy, millones de personas toman medicamentos que, en muchos casos, probablemente no necesitan. La medicalización preventiva se ha vuelto una política de salud que, lejos de reducir los costos médicos, los multiplica.
Existen estudios que muestran que las estatinas tienen un beneficio real para ciertos grupos: hombres de mediana edad con antecedentes cardíacos. Pero en personas sin enfermedad cardiovascular previa, especialmente mujeres y mayores de 70 años, los beneficios son cuestionables y los efectos secundarios no son anecdóticos.
Sin embargo, al bajar los umbrales, los grupos sometidos a medicación
crecen sin que necesariamente crezca el beneficio en la misma proporción.
La pregunta incómoda: ¿salud o negocio?
Cuando un cambio en un número transforma a millones de sanos en pacientes, hay que hacerse la pregunta: ¿ganó la salud o ganó la industria?
Desde una mirada estrictamente geopolítica, la respuesta es transparente: las grandes corporaciones farmacéuticas son actores globales con estrategias de expansión, lobby, marketing y control narrativo. No son organizaciones filantrópicas. Sus decisiones no se entienden sin el factor económico.
Esto no implica negar los avances médicos reales. Implica reconocer que, cuando la industria obtiene miles de millones por cada modificación en las guías clínicas, la frontera entre ciencia y negocio se vuelve difusa.
La baja de los valores de glucosa y colesterol no fue un simple ajuste técnico. Fue una decisión médica con profundas implicancias económicas y geopolíticas. Estados Unidos impuso sus estándares al resto del mundo, la industria farmacéutica multiplicó sus ganancias, y millones de personas se encuentran tomando medicamentos que tal vez no necesiten.
Es un caso paradigmático de cómo el poder se ejerce en la
salud global: no por la fuerza, sino por la autoridad científica, la narrativa,
la influencia corporativa y el control del conocimiento.
Los números hablan solos:
• Se estima que las estatinas generaron más de 1 billón de
dólares en ventas globales entre 2000 y 2020.
• Un informe independiente calculó que aproximadamente el 25
por ciento de esas ventas corresponden a personas que habrían estado fuera de
la categoría de riesgo si no se hubieran modificado los criterios.
• Esto equivale a unos 250 mil millones de dólares adicionales generados por la nueva definición de “riesgo cardiovascular”.
En el campo de los antidiabéticos ocurre algo similar. Cada vez más personas son clasificadas como prediabéticas y se les indica metformina u otros fármacos más caros.
• La expansión de la categoría “prediabetes” agregó entre 10
y 20 millones de pacientes potenciales solo en Estados Unidos, y muchos más en
el resto del mundo.
• Se estima que el mercado global de antidiabéticos pasó de 30 mil millones de dólares en 2005 a más de 120 mil millones en 2024.
No todo se explica por cambios en los umbrales, pero estos
tuvieron un papel clave. Cuando la clasificación médica se amplía, el mercado
farmacéutico crece. Y crece mucho.
El debate moral: prevención o negocio
Quienes defienden estas decisiones sostienen que bajar los límites permite detectar riesgos antes de que sea demasiado tarde. Pero la evidencia es ambigua:
• Las estatinas previenen eventos cardiovasculares graves en
personas de alto riesgo, pero su beneficio es mínimo o nulo en quienes están
apenas por encima del valor límite.
• La categoría “prediabetes” es discutida, ya que un
porcentaje considerable de esas personas jamás desarrollará diabetes.
• Muchos pacientes toman medicamentos durante años sin necesitarlo.
Aquí aparece la discusión ética. ¿Es prevención o medicalización? ¿Ciencia o negocio?
En un sistema dominado por corporaciones cuyo objetivo es
maximizar ganancias, la prevención puede transformarse en una máquina de
producir consumidores de fármacos.
La palabra final: un problema geopolítico, no solo médico
Lo que sucede con la glucosa y el colesterol es el reflejo de un fenómeno mayor: la hegemonía biomédica estadounidense y la capacidad de las corporaciones para moldear la realidad sanitaria global. La ciencia, en teoría neutra, se convierte en un terreno de disputa económica y política.
No se trata de negar los avances médicos, ni de demonizar a los medicamentos que salvan vidas. Se trata de comprender que la salud pública se encuentra hoy dentro de una estructura de intereses donde:
• los límites diagnósticos son flexibles,
• las corporaciones influyen en los expertos,
• los gobiernos dependen de consensos internacionales,
• y los organismos multilaterales no siempre fijan la agenda.
A mayor medicalización, mayor dependencia del sistema.
A menor salud poblacional, mayor mercado.
La ecuación habla por sí sola.
En un mundo donde las grandes corporaciones raramente hacen
algo por amor, conviene mirar estos procesos con una dosis saludable de
escepticismo crítico.
Fuentes
Organización Mundial de la Salud – Informes sobre diabetes y
enfermedades cardiovasculares
Ministerio de Salud de España – Guías clínicas y
recomendaciones
Revista Panamericana de Salud Pública – Artículos sobre
medicalización
Sociedad Española de Medicina Interna – Documentos de
consenso sobre lípidos y diabetes
El País – Cobertura de la industria farmacéutica y debates
sobre estatinas
BBC Mundo – Informes sobre guías médicas internacionales
The Conversation en Español – Análisis sobre prevención y
sobrediagnóstico

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