El fin de la hegemonía del dólar: el ocaso del poder financiero de Estados Unidos

 

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El ocaso de una moneda que dominó el mundo

Durante más de siete décadas, el dólar estadounidense fue el eje del sistema financiero global. Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, su influencia se extendió a todos los rincones del planeta, determinando el valor del comercio, las reservas internacionales y el acceso al crédito. Pero ese dominio, que parecía incuestionable, hoy enfrenta un desgaste profundo. Las transformaciones geopolíticas, el ascenso de potencias emergentes y el hartazgo del Sur Global ante la dependencia del sistema financiero occidental están provocando un cambio histórico: el lento pero irreversible fin de la hegemonía del dólar.

La historia comenzó en 1944, cuando el Acuerdo de Bretton Woods consagró al dólar como referencia mundial, respaldado por oro. Estados Unidos, victorioso en la guerra y con la mitad de las reservas auríferas del planeta, garantizaba estabilidad a cambio de supremacía. En 1971, Richard Nixon rompió la convertibilidad con el oro, inaugurando la era del dinero fiduciario, basado no en metales preciosos sino en la confianza en el poder norteamericano. Ese acto fue el inicio del dominio financiero absoluto de Washington.

Con la “diplomacia del dólar”, Estados Unidos financió guerras, intervenciones y déficits sin sufrir consecuencias estructurales. Podía imprimir billetes que el resto del mundo aceptaba con gusto, porque eran considerados seguros. El comercio de petróleo, gas, minerales y alimentos se realizaba en dólares, consolidando lo que se conoció como “petrodólar”. En paralelo, instituciones como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial se convirtieron en brazos económicos de una hegemonía que combinaba finanzas, poder militar y control político.

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El agotamiento de un modelo

El dominio del dólar no fue gratuito. Estados Unidos aprovechó su posición para sostener un déficit comercial perpetuo, financiado por el ahorro de otros países. Su deuda pública superó niveles históricos y su economía se apoyó cada vez más en la especulación financiera. A partir de la década de 2000, con las guerras en Medio Oriente y la crisis de 2008, comenzaron a verse las grietas de un sistema que vivía del crédito infinito.

La Reserva Federal emitió miles de millones de dólares para rescatar bancos y sostener la demanda interna. La pandemia de 2020 profundizó esa tendencia: el Tesoro estadounidense lanzó programas de gasto masivo, incrementando el déficit y la deuda por encima del 120% del PBI. El resultado fue una inflación creciente, un dólar sobrevalorado y una pérdida de confianza paulatina.

Al mismo tiempo, el uso del sistema financiero como herramienta de castigo político —a través de sanciones, bloqueos y exclusión de países de la red SWIFT— generó una reacción global. Rusia, Irán, Venezuela, Cuba, Siria, China y hasta aliados de Washington comprendieron que depender del dólar significaba quedar expuestos a la voluntad de la Casa Blanca. Esa percepción fue el catalizador de la actual ola de desdolarización.


La ofensiva del bloque euroasiático

El nuevo siglo trajo consigo un fenómeno que cambió el tablero mundial: el ascenso de Asia. China se convirtió en la segunda economía global y el principal socio comercial de más de 120 países. Rusia, tras superar el caos de los años noventa, recuperó su poder energético y militar. De esa confluencia nació una alianza estratégica que desafía el monopolio financiero estadounidense.

La desdolarización no es una consigna política: es una realidad económica en marcha. China firmó acuerdos bilaterales de intercambio (swap) con más de treinta países, permitiendo que sus bancos centrales operen en yuanes sin pasar por el dólar. Arabia Saudita y Rusia comenzaron a vender petróleo en yuanes, mientras Brasil y Argentina realizan parte de su comercio con China en monedas locales.

Rusia, tras las sanciones occidentales de 2022, aceleró la transición. Su comercio energético con Asia se realiza principalmente en yuanes y rublos. Moscú también acumula oro como reserva estratégica y promueve el uso de su sistema alternativo al SWIFT: el SPFS. En paralelo, los BRICS —con la incorporación de Irán, Arabia Saudita, Egipto, Etiopía y Emiratos Árabes Unidos— impulsan la creación de una arquitectura financiera propia, basada en monedas nacionales, respaldo en recursos naturales y una posible divisa común.


El retorno del oro y el auge de las monedas digitales soberanas

La pérdida de confianza en la deuda estadounidense ha llevado a los bancos centrales a diversificar sus reservas. Desde 2018, la compra global de oro ha alcanzado niveles récord. China, Rusia, Turquía, India y varios países del Golfo Pérsico acumulan metal precioso como garantía ante un posible colapso del dólar.

El oro, desplazado durante décadas por la hegemonía del billete verde, vuelve a ser símbolo de soberanía monetaria. No depende de un banco central ni puede ser sancionado. Su valor reside en su escasez y en su aceptación universal. Esta tendencia marca un regreso a una economía más tangible y menos especulativa, donde los recursos reales —energía, alimentos, minerales— pesan más que las promesas financieras.

Simultáneamente, la revolución tecnológica ofrece otro frente de transformación: las monedas digitales soberanas. El yuan digital, desarrollado por el Banco Popular de China, ya se utiliza en operaciones piloto de comercio internacional. Rusia trabaja en el rublo digital y la India en la rupia electrónica. Estos sistemas permitirán transacciones sin pasar por bancos occidentales ni redes controladas por Estados Unidos. En conjunto, podrían reducir drásticamente la demanda global de dólares.


América Latina y el Sur Global ante el nuevo orden financiero

América Latina, históricamente subordinada al dólar, observa este cambio con interés. Países como Brasil, Argentina y Bolivia buscan mecanismos para comerciar en monedas locales. El Banco del Sur, pensado en la década pasada, podría recuperar vigencia ante la necesidad de autonomía financiera.

El dólar ha sido un instrumento de control político en la región: las crisis de deuda, las devaluaciones inducidas y las políticas impuestas por el FMI son prueba de ello. La posibilidad de un sistema multipolar ofrece una ventana de oportunidad para que los países latinoamericanos negocien en mejores condiciones, diversifiquen sus socios y reduzcan su vulnerabilidad ante los ciclos de Wall Street.

El Sur Global —que incluye a África, Asia y América Latina— ya representa la mayoría de la población mundial y una parte creciente del PBI global. La erosión del dólar fortalece su posición frente al Norte industrializado. Este reequilibrio de poder económico podría redefinir el siglo XXI.


El ocaso del privilegio estadounidense

El “privilegio exorbitante” del que hablaba el ministro francés Valéry Giscard d’Estaing en los años sesenta —la capacidad de Estados Unidos de endeudarse en su propia moneda sin sufrir las consecuencias— está llegando a su fin. Con una deuda impagable, una economía dependiente del crédito y una industria debilitada, Washington ya no puede sostener su supremacía únicamente con emisión monetaria.

La hegemonía del dólar fue posible porque el mundo confiaba en la fortaleza política y militar de Estados Unidos. Pero tras décadas de guerras fallidas, crisis financieras y polarización interna, esa confianza se resquebraja. La sociedad norteamericana enfrenta una desigualdad creciente, una crisis institucional y un declive industrial que minan la base real de su poder.

A medida que los países diversifican sus monedas de comercio y reservas, el dólar pierde su papel de árbitro global. No se trata de un colapso inmediato, sino de un proceso irreversible: el tránsito hacia una economía internacional fragmentada, donde varias potencias comparten la responsabilidad —y la influencia— que antes pertenecía a una sola nación.


Un nuevo mapa financiero mundial

El siglo XXI será testigo de un sistema monetario multipolar. El dólar seguirá siendo importante, pero ya no podrá dictar las reglas del juego. El yuan se consolidará en Asia y África, el euro mantendrá su rol en Europa, y el oro volverá a tener un peso estructural. Las monedas digitales soberanas acelerarán la autonomía de los Estados y reducirán el poder de las instituciones financieras occidentales.

Este proceso, sin embargo, no será pacífico. Estados Unidos intentará preservar su hegemonía a través de sanciones, presión diplomática y control tecnológico. Pero el mundo ha cambiado. Las rutas comerciales, las alianzas estratégicas y los flujos financieros se reconfiguran hacia Eurasia, donde los intereses de China, Rusia, India y el mundo árabe confluyen en una visión distinta de la economía global: más interdependiente, pero menos subordinada.

El fin de la hegemonía del dólar es también el fin de una era. La moneda que simbolizó el poder de Occidente durante más de setenta años entra en un ocaso lento, mientras el planeta se encamina hacia un nuevo equilibrio. En este nuevo tablero, la confianza, los recursos reales y la cooperación entre bloques determinarán quién lidera el mundo que viene.

El tablero económico mundial ha comenzado a girar. La moneda que dominó el siglo XX ya no puede sostener su imperio. Lo que se abre ahora es una lucha por el poder financiero del siglo XXI, donde el dólar ya no será la única pieza que mueva el juego.


Fuentes


Banco Popular de China: informes sobre el uso internacional del yuan (2024)

Ministerio de Finanzas de Rusia: datos sobre reservas en oro y comercio energético (2023-2024)

Fondo Monetario Internacional: estadísticas sobre reservas globales de divisas (2024)

Reuters, “Los BRICS avanzan en mecanismos para reducir la dependencia del dólar” (2024)

El País, “Arabia Saudita evalúa vender petróleo en yuanes” (2023)

Agencia Sputnik, “Rusia y China consolidan un sistema financiero alternativo al SWIFT” (2024)

Bloomberg, “Los bancos centrales compran oro a niveles récord” (2023)







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