El oro: obsesión eterna del poder y su rol geopolítico


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Cuando el mundo se movía por trueque 

En los orígenes de la humanidad, no existía el dinero. El comercio era un intercambio directo: un saco de grano por un puñado de sal, una vasija por un trozo de carne. Era el trueque, un sistema simple, pero limitado. No todos querían lo que el otro ofrecía. No siempre el valor era justo. Y en esa fragilidad nació la necesidad de un símbolo, algo que representara valor de forma universal. 

El nacimiento de la moneda 

Moneda de oro de Bizancio (610-641). Museo de Prehistoria de Valencia
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Primero fueron objetos raros o útiles: conchas, piedras talladas, herramientas de metal. Luego llegaron las primeras monedas, acuñadas hace más de 2.700 años en Lidia, una región del Asia Menor. Estaban hechas con electro, una aleación natural de oro y plata. Su valor no era arbitrario: el metal precioso las respaldaba. No era solo una moneda, era oro en forma de moneda. 
Estas nuevas piezas revolucionaron el comercio. Eran pequeñas, duraderas, aceptadas por todos. Y lo más importante: estaban garantizadas por reyes y templos. 
A partir de entonces, la moneda no fue solo un medio de pago, sino también un instrumento de poder. 

El oro y la plata: custodios del valor 

¿Por qué el oro y la plata? Porque eran escasos, inalterables, bellos. No se oxidaban, no se descomponían, no se rompían. Podían dividirse, fundirse y volver a acuñarse sin perder sus propiedades. No necesitaban de la palabra de un gobernante para valer lo que valían: el metal en sí era riqueza. 
Durante siglos, reinos enteros se construyeron sobre minas de oro. Imperios saquearon territorios lejanos en busca del metal brillante. Los barcos cruzaban océanos cargados de lingotes. Los templos lo almacenaban como garantía divina. Los gobernantes lo escondían como reserva última. El oro ya no era solo una moneda: era la medida de toda riqueza. 
Y aunque el mundo moderno inventó el papel moneda, y luego los números digitales, el oro nunca desapareció. Siempre estuvo ahí, como testigo silencioso. Y, en los momentos de crisis, los ojos del mundo siempre vuelven a él. Porque el oro no promete: el oro es. 

El rescate de Atahualpa: una habitación colmada de oro 

Atahualpa
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El encuentro de dos mundos y una promesa impensada 

En 1532, el conquistador Francisco Pizarro llegó a Cajamarca con poco más de un centenar de hombres. Frente a él, el inca Atahualpa, señor de un imperio que se extendía desde el sur de Colombia hasta el norte de Chile. 
El choque fue inmediato, brutal y desequilibrado. Mediante una emboscada cuidadosamente planeada, Pizarro capturó al Inca sin derramar una sola gota de sangre española. 
Lo que vino después rozó lo inverosímil. Atahualpa, consciente de la codicia de sus captores, hizo una oferta que cambiaría la historia: llenaría una habitación de oro hasta una línea trazada en la pared, y la llenaría dos veces más con plata, si le concedían la libertad. 
La sala medía unos 6,70 metros de largo por 5,20 de ancho, y alrededor de 2,5 metros de altura. Los cronistas aseguran que Atahualpa señaló la marca con la mano: “hasta donde llegue mi brazo levantado”. Durante meses, caravanas trajeron piezas sagradas, estatuas, objetos ceremoniales, vasos, planchas, coronas. Los templos fueron despojados. 
El oro fue fundido, convertido en lingotes, pesado y registrado. Se dice que, en total, los españoles recibieron más de seis toneladas de oro y más de doce de plata. Pero la promesa no fue respetada. 
Aunque el rescate se cumplió, Pizarro no liberó al Inca. Lo sometió a un juicio simulado, lo acusó de herejía, rebelión y fratricidio, y finalmente lo mandó a ejecutar. 

La leyenda del oro fundido 

Francisco Pizarro
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La muerte de Atahualpa no quedó impune en la memoria de su pueblo. Con el tiempo, una leyenda tomó forma: la de la venganza indígena contra Pizarro. 
Cuenta la historia que un grupo de guerreros capturó al conquistador y le dio a beber oro fundido, como castigo por su codicia. Lo obligaron a tragar el mismo metal por el cual había traicionado, saqueado y matado. Pero la leyenda no es cierta. Francisco Pizarro murió en Lima, en 1541, asesinado por otros españoles en una disputa interna por el poder. Fue apuñalado por los partidarios de Diego de Almagro, su antiguo socio convertido en enemigo. 
El oro fundido, entonces, es solo símbolo. Una metáfora de la codicia que consume a quien la abraza. Sin embargo, la leyenda persiste. Porque hay verdades más profundas que los hechos. 
El oro, como la historia, puede fundirse, deformarse, ocultarse. Pero siempre reaparece, brillando en la oscuridad. 

El patrón oro clásico: la era dorada del dinero sólido 

Cuando el oro era la moneda del mundo 

Hubo un tiempo en que el valor del dinero no dependía de la confianza, ni de bancos centrales, ni de políticas monetarias. Dependía de algo físico, tangible, incorruptible: el oro. Ese sistema se llamó patrón oro. Y durante casi un siglo fue la columna vertebral de la economía global. 
El patrón oro clásico comenzó a tomar forma en el siglo XIX, consolidándose oficialmente en 1870 con el liderazgo del Imperio Británico. Su principio era simple y poderoso: cada moneda nacional debía tener respaldo en oro. Es decir, el papel moneda que circulaba podía, en teoría, cambiarse por una cantidad fija de oro en cualquier banco central. 
El dinero no era una promesa vacía: era un certificado que representaba oro real. Una estabilidad forzada, pero estable El oro limitaba la emisión descontrolada de dinero. Los países no podían imprimir billetes sin tener reservas suficientes en sus bóvedas. Esto reducía la inflación, generaba confianza entre naciones y facilitaba el comercio internacional. 
Un billete británico, francés o alemán era aceptado más allá de sus fronteras porque todos sabían que, detrás del papel, había oro. El sistema también imponía disciplina. Cuando un país gastaba más de lo que tenía y perdía oro en sus intercambios comerciales, se veía obligado a ajustar su economía: subir tasas, reducir importaciones, bajar salarios. Era duro, pero previsible. Y lo más importante: el oro, como árbitro neutral, impedía las manipulaciones políticas del dinero. 

El comienzo del fin 

La Primera Guerra Mundial lo alteró todo. Los países comenzaron a imprimir dinero para financiar los combates. Suspendieron la convertibilidad. Las reservas se agotaron. Y cuando intentaron volver al patrón oro en los años 20, el sistema ya estaba herido. 
Fue rígido ante las nuevas necesidades de los Estados modernos. No podía responder ante crisis profundas como la Gran Depresión. Finalmente, entre 1931 y 1933, casi todas las potencias lo abandonaron. 
Pero el patrón oro clásico dejó una marca imborrable. Representó una época en la que el dinero estaba anclado a una realidad física. Una era en la que los bancos centrales no podían mentir tan fácilmente. Hoy, cuando el valor de una moneda puede evaporarse con un clic, muchos miran hacia atrás con nostalgia. Al tiempo en que el oro mandaba. 

Bretton Woods: cuando el oro cedió su trono al dólar 

El mundo después de la guerra 

En 1944, mientras la Segunda Guerra Mundial aún sacudía Europa y Asia, 44 países se reunieron en un pequeño pueblo de New Hampshire, Estados Unidos. El lugar: Bretton Woods. 
El objetivo: rediseñar el sistema financiero mundial. El patrón oro clásico había colapsado. Las monedas estaban debilitadas, la inflación descontrolada, el comercio internacional en ruinas. Hacía falta una nueva arquitectura económica. Y esa arquitectura tendría un nuevo eje: el dólar estadounidense. 

El oro, a través del dólar 

Los acuerdos de Bretton Woods no eliminaron el oro. Pero le asignaron un nuevo papel. Se fijó un precio oficial: 35 dólares por onza de oro. El dólar sería convertible en oro a ese precio solo por los bancos centrales, no por ciudadanos comunes. El resto de las monedas del mundo no se vincularían directamente al oro, sino al dólar. Así nació el “patrón dólar-oro”. 
Los países acordaron mantener sus monedas dentro de bandas fijas de cotización respecto al dólar. Si una moneda se desalineaba, el banco central debía intervenir comprando o vendiendo divisas. El dólar se convirtió en la referencia absoluta. Y Estados Unidos, que para ese momento concentraba más del 70% del oro mundial, pasó a ser el custodio del sistema. 

Reservas en papel verde 

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Desde entonces, los países ya no acumularon oro como respaldo: acumularon dólares. Las reservas internacionales se almacenaban en billetes, bonos del Tesoro estadounidense, o depósitos en bancos norteamericanos. 
El dólar era considerado “tan bueno como el oro”. Y al mismo tiempo, más práctico: no había que mover lingotes, solo ajustar cifras en cuentas bancarias. Este sistema permitió una expansión sin precedentes del comercio y la inversión global. Estabilidad cambiaria, tipos de cambio previsibles, acceso al crédito internacional. El mundo podía reconstruirse. Y lo hizo. Pero también sembró una fragilidad invisible: todo dependía de la disciplina de un solo país. Si Estados Unidos abusaba de su posición, si emitía más dólares de los que podía respaldar en oro, todo el esquema se pondría en duda. Y eso, precisamente, fue lo que ocurrió unas décadas después. Pero esa es otra parte de la historia. Y también tiene que ver con el oro. 

El rol silencioso de la Reserva Federal 

En el corazón del sistema de Bretton Woods, y del poder global del dólar, hay una institución que pocos comprenden en su verdadera dimensión: la Reserva Federal de Estados Unidos, conocida simplemente como “la Fed”. (Ver: https://eltablerogeopolitico.blogspot.com/2025/09/la-reserva-federal-historia-poder.html)
Aunque suele ser presentada como el banco central del país, su naturaleza es mucho más ambigua y, para muchos, inquietante. La Reserva Federal no es completamente pública. Está compuesta por una Junta de Gobernadores de designación estatal, pero sus doce bancos regionales son, en esencia, entidades privadas. 
Y lo más significativo: los bancos comerciales privados —nacionales y extranjeros— poseen acciones en esos bancos regionales. Aunque esas acciones no dan control político directo, sí aseguran que la Reserva Federal responda, en muchos sentidos, a los intereses del sistema financiero privado más poderoso del mundo. 
Durante el sistema de Bretton Woods, la Fed tuvo un papel clave: emitir dólares, fijar tasas de interés, controlar la inflación y garantizar que el dólar mantuviera su equivalencia con el oro. Pero al mismo tiempo, era ella quien tenía la potestad —y el monopolio— de crear los mismos dólares que el resto del mundo acumulaba como reserva. Así, mientras los países ataban sus economías a la estabilidad del dólar, el dólar dependía de las decisiones de una institución en la que ningún otro país tenía voz ni voto. 
Este desequilibrio no era evidente al principio, cuando Estados Unidos era la gran potencia productiva del planeta. Pero con el tiempo, cuando su gasto militar, su endeudamiento y su emisión monetaria se dispararon, comenzaron a surgir las grietas. Los dólares se multiplicaban más allá del oro. Y la promesa de convertibilidad comenzó a parecer, cada vez más, una ilusión. Una ilusión custodiada por una institución que, desde sus orígenes en 1913, opera entre las sombras del poder financiero. 

El colapso dorado: De Gaulle, la rebelión monetaria y el quiebre final 

Charles De Gaulle reclama oro


El mundo empieza a desconfiar 

A comienzos de la década de 1960, la arquitectura de Bretton Woods ya mostraba signos de agotamiento. Estados Unidos había comenzado a emitir cada vez más dólares para financiar sus crecientes gastos: la Guerra Fría, la carrera espacial, el complejo militar-industrial y, pronto, el pantano del Vietnam. 
Los dólares fluían hacia el mundo, pero el oro en Fort Knox no aumentaba al mismo ritmo. La ecuación era simple y peligrosa: había muchos más dólares en circulación de los que podían canjearse, llegado el caso, por oro a 35 dólares la onza. 
Los gobiernos más atentos comenzaron a hacer cuentas. Y uno de ellos, con voz clara y orgullo nacional, decidió actuar. 
En 1965, el presidente francés Charles de Gaulle hizo pública su desconfianza hacia el dólar como eje del sistema monetario mundial. En un célebre discurso, denunció la "hegemonía monetaria" de Estados Unidos y reclamó el derecho de Francia a convertir sus reservas en dólares por oro, como estipulaban los acuerdos de Bretton Woods. No era solo un acto económico: era un desafío político y simbólico. 
Francia empezó a enviar barcos a Nueva York cargados de billetes verdes, exigiendo lingotes a cambio. Recuperó cientos de toneladas de oro. Otros países, más discretamente, comenzaron a imitarla. Alemania Occidental, Suiza, Bélgica… todos querían oro. El mundo entero empezaba a desconfiar de la promesa estadounidense. 

1971: el golpe final de Nixon 



La presión era insostenible. En pocos años, Estados Unidos perdió más de la mitad de sus reservas de oro. La amenaza era evidente: si todos exigían oro al mismo tiempo, el Tesoro quedaría vacío. El sistema entero se derrumbaría. 
Entonces, el 15 de agosto de 1971, el presidente Richard Nixon tomó una decisión histórica: suspendió de manera unilateral la convertibilidad del dólar en oro. Lo llamó una medida “temporal”, pero fue definitiva. Ese día, el vínculo entre el dinero y el oro se rompió oficialmente. Los países ya no podían exigir oro a cambio de sus dólares. El sistema de Bretton Woods, nacido en 1944, moría en ese instante. Y nacía otra era: la del dinero fiduciario, basado ya no en metal precioso, sino en pura confianza... o en el poder de la fuerza. 
La onza de oro, liberada de su precio fijo, empezó a volar. El dólar flotó libre, al igual que todas las monedas del mundo. Pero el oro no desapareció: solo volvió a su antigua forma. Lingote, joya, secreto de Estado. Silencioso, pero eterno. Como si esperara —una vez más— a que el mundo vuelva a necesitarlo. 

El oro real en Fort Knox y EE. UU 

Según el Tesoro de EE. UU. y el U.S. Mint, Fort Knox guarda alrededor de 147,3 millones de onzas troy de oro, equivalentes a unas 4.580 toneladas de oro pertenecientes exclusivamente al gobierno estadounidense . Esto representa cerca de la mitad de las reservas del país: el total del Tesoro asciende a unos 261,5 millones de onzas troy, distribuidas también en almacenes en West Point (≈1.682 t) y Denver (≈1.364 t) . Si se calcula al precio de mercado de febrero de 2025, el valor del oro en Fort Knox puede estimarse en más de 400 mil millones de dólares . 

La polémica Trump‑Musk y la auditoría pendiente 

Donald Trump y Elon Musk en el Salón Oval
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En los últimos meses, Donald Trump y Elon Musk cuestionaron públicamente si el oro realmente está ahí. Trump anunció que planea inspeccionar Fort Knox, mientras Musk se sumó pidiendo transparencia y hasta proponiendo transmitir en vivo el interior de las bóvedas . Sus declaraciones giran en torno a una teoría conspirativa de que el oro pudo haber sido “robado”. Trump enfatizó que “nadie lo ve” y aseguró que van a comprobar si de verdad las reservas están intactas . ¿Qué dice el gobierno? Por su parte, el Tesoro y el U.S. Mint aseguran que el oro está auditado anualmente y “todo está presente y contabilizado”. Solo se extraen muestras muy pequeñas para pruebas de pureza. 
El último funcionario autorizado en visitar fue el Secretario del Tesoro Steven Mnuchin en 2017 . Además, los auditores del gobierno federal confirman que no hay registros de transferencias de oro fuera de Fort Knox en años recientes . 

Conclusión con suspense abierto 

El oro de EE. UU. existe y está guardado en Fort Knox, West Point y Denver. Las auditorías gubernamentales lo confirman. Pero la duda sembrada por figuras influyentes genera intriga y controversia. ¿Es realmente el mismo oro enterrado desde 1937, intacto e inalcanzable? O, como insinúan algunos, ¿es un símbolo de poder más que un respaldo tangible? Las solicitudes de inspección pública y transmisión directa al público podrían ser el siguiente paso para limpiar toda sospecha.
Hasta el momento no han sucedido.

Fuentes

* Zbigniew Brzezinski, *El gran tablero mundial* (versión en español).

* CLACSO, *Transición geopolítica y conflictos globales* (repositorio académico).

* “El Nuevo Gran Juego” en Eurasia Central, artículos geopolíticos en español.

* Revistas académicas y ensayos de relaciones internacionales en español (repositorios universitarios).


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